Los huevitos de la ‘Veva’

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

En el rincón más oscuro de la cocina se instaló la herramienta de mayor modernidad que había entrado a la casa de la famosa ‘Veva’ de Gilberto: la estufa de gas, y junto a ella, una lata grande de aluminio llena de manteca de cerdo, de ahí se tomaban cucharadas que iban directo a los sartenes y ollas donde se cocinaban los mejores frijoles graneados del mundo.

La ‘Veva’ era mi nana, mi abuela de cariño, éramos vecinos contiguos.

Después de la estufa llegaron otros enseres, el segundo de mayor importancia fue un estéreo de bocinas que medían casi metro y medio, mismas que sacaba a la banqueta para escuchar “Cruz de Madera” a todo volumen, cantada por Las Jilguerillas; mientras, ella con taza de café en mano saludaba a gritos a todos los transeúntes.

En ese escenario de mucha alegría y sazón desayunaba dos veces a la semana; ansiaba llegara pronto el día para ir con mi nana ‘Veva’.

Cuando el reloj marcaba las 7 y media de la mañana, mi mamá tomaba un plato hondo de peltre, colocaba dos huevos y me daba las indicaciones: “vete con cuidado”, “no te vayas a resbalar en la cuesta”, “un huevo es para ti y el otro para tu nana, se lo dejas en la mesa aunque no quiera”.

Salía de casa recién bañado, con mi peinado relamido y firme gracias a las gotas de limón; bajaba unos metros de la cuesta, rodeando el cerco natural formado con un arbusto llamado carnaval, entraba a la casa (no había necesidad de tocar la puerta, siempre estaba abierta), en la cocina mi nana me recibía:

“Ya llegooooó, tan hermoso el jijo de su pinche madre, ve nomás qué cosa tan bella como una estrella”.

El sartén ya estaba caliente esperando los huevos, a fin de cuentas terminaba comiéndome los dos blanquillos con el compromiso de no decirle nada a mi mamá.

Eran los huevos más deliciosos, estaban en su punto, doraditos pero húmedos, con la sal perfecta, no había necesidad de ningún embutido o verdura; el éxito estaba en el sazón de mi nana ‘Veva’, quien nunca aceptó el huevo de regalo que enviaba mi mamá.

Durante muchos años, en la capital del mundo, los huevos representaron una moneda, dos blanquillos compraban 250 gramos de azúcar.

Con el paso del tiempo llegaron nuevos productos y costumbres que desplazaron a las gallinas y los huevos se empezaron a comprar en abarrotes con la comodidad de poder adquirir hasta 30 piezas en una sola exhibición, en ese momento, para muchas personas, el huevo perdió valor y sucedió lo que en todas partes, carteras completas tiradas a la basura por el mal estado que guardaban los blanquillos.

Vino a mi mente esta historia el día que fui invitado a cocinar en el Banco de Alimentos de Hermosillo; usando ingredientes “en mal estado” rechazados por vigencias o incumplimiento de estándares de algunos supermercados, cociné un desayuno para 10 empresarios que sin darse cuenta disfrutaron un alimento completo, después conocieron el beneficio que acarrea este programa a muchas familias con hambre.

Ese día, se salvó el 30% de los huevos de una cartera que iba ser tirada a la basura. En México se desperdician 1.3 millones de toneladas de huevo al año.

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

@chefjuanangel