El Día de Muertos

El autor es Director de Humanidades y Educación en el Tecnológico de Monterrey Campus Sonora Norte.

La primera situación que me hizo reflexionar sobre mi naturaleza mortal fue a los 11 años de edad, cuando un amigo y compañero de escuela fue atropellado fatalmente mientras conducía su bicicleta rumbo a la secundaria.

Me di cuenta que algún día yo iba a fallecer y provocó en mí miedo e incertidumbre.

Tras esa experiencia vinieron los decesos de mis abuelos.

Hace casi 17 años falleció mi primer hijo a los 2 años de edad y mi mamá tuvo un accidente automovilístico fatal hace 10 años.

En los últimos años se han adelantado tíos, primos hermanos, amigos, compañeros de trabajo, entre otros seres queridos.

Cada uno de nosotros hemos tomado conciencia sobre la dimensión de la muerte a través de los decesos de personas cercanas.

De ahí que el Día de Muertos genera diversas emociones y sentimientos al conmemorar a nuestros fieles difuntos.

Uno empieza a pensar sobre la vida cuando se da por muerto.

Hablando por boca de Sócrates, Platón dice que filosofar es “prepararse para morir”.

Es precisamente la certeza de la muerte la que hace la vida algo tan mortalmente importante para nosotros.

Todas las tareas y empeños de nuestra vida son formas de resistencia ante la muerte, que sabemos ineluctable.

Es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse.

Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro precioso por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar.

Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo para verlo, pero muy poco que hacer (casi todo lo hacemos para evitar morir) y nada en qué pensar.

Para Fernando Savater, la muerte sigue siendo lo más desconocido.

Sabemos cuándo alguien está muerto pero ignoramos qué es morirse visto desde dentro.

Creo saber más o menos lo que es morirse, pero no lo que es morirme.

Sin embargo, el dato más evidente acerca de la muerte es que suele producir dolor cuando se trata de la muerte ajena, pero sobre todo que causa miedo cuando pensamos en la muerte propia.

Algunos temen que después de la muerte haya algo terrible, castigos, cualquier amenaza desconocida; otros, que no haya nada y esa nada les resulta lo más aterrador de todo.

Aunque ser algo no carezca de incomodidades y sufrimientos, no ser nada parece todavía mucho peor.

De modo que la muerte, señala Savater, nos hace pensar, nos convierte a la fuerza en pensadores, en seres pensantes, pero a pesar de todo seguimos sin saber qué pensar de la muerte.

La muerte de los seres queridos nos cuestiona sobre el sentido de la vida y el sentido de nuestras vidas.

La oscuridad que propicia el duelo detona en nuestro interior preguntas importantes sobre nuestra existencia y devenir.

Nuestra recién inaugurada vocación de pensar se estrella contra la muerte, no sabe por dónde entrarle.

Así que la muerte sirve para hacernos pensar, pero no sobre la muerte sino sobre la vida.

Más allá de cerrar los ojos para no verla o dejarnos cegar estremecedoramente por la muerte, se nos ofrece la alternativa mortal de intentar comprender la vida.

Y quien logra comprender la vida tendrá mejores oportunidades de desarrollo integral en su existencia.

Usted, ¿qué piensa?

El autor es Director de Humanidades y Educación en el Tecnológico de Monterrey Campus Sonora Norte.

Presidente de Grameen de la Frontera.

@rafaelroblesf