A grandes males, los mismos remedios
A grandes males, los mismos remedios, escribe @SGarciaSoto en #SerpientesYEscaleras.
En dos videos distintos, pero en el fondo iguales, este fin de semana el presidente Andrés Manuel López Obrador desencantó sobre las respuestas que dará su gobierno a dos situaciones inéditas y graves para los mexicanos.
Por un lado, ante la crisis económica más grave y profunda que hayamos vivido, el Ejecutivo sólo tiene “optimismo” y jura, basado en sus datos y en sus pronósticos —siempre desacertados—, que “vamos a salir muy rápido porque ya tocamos fondo” en una “v” imaginaria que sólo él ve y sin ningún tipo de apoyo a las empresas y sólo “a la gente de abajo”.
Y luego, ante el desafío brutal que le lanzó el crimen organizado y más concretamente Nemesio Oseguera el “Mencho” y su Cártel Jalisco Nueva Generación, que prácticamente le declaró la “guerra” al intentar asesinar al jefe de la Policía de la CDMX en plena capital de la República, el jefe del Estado saca una banderita de paz, tan blanca y campechana como las guayaberas que luce en sus videos, mientras dice que “no habrá guerra” contra los narcos y que su estrategia de seguridad seguirá inamovible, tratando de ganarle al “Mencho” y al resto de capos sanguinarios con los tres mil pesos que les da a los jóvenes y con sus programas sociales como arma contra el sicariato.
Su estrategia claramente no ha dado resultados y los casi 40 mil muertos en año y medio de gobierno no pueden ser ningún indicador de que sus programas y apoyos sociales y económicos a la población más vulnerable funcionen también como programas preventivos del delito que claramente no son.
Pero lo más grave es que ante la percepción cada vez más generalizada de un gobierno débil, que aunque en el discurso diga que “no vamos a negociar como antes con el crimen organizado”, en la realidad se muestra totalmente complaciente y hasta permisivo con los violentos cárteles de la droga.
Si ya la reciente confesión presidencial de que “yo ordené la liberación” de Ovidio Guzmán había confirmado esa debilidad ante el Cártel de Sinaloa, la tibia e inocente respuesta al ataque perpetrado por el CJNG en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México genera más dudas que certezas sobre la capacidad y la fuerza de este gobierno para controlar y someter a las violentas organizaciones del narcotráfico que siguen siendo las principales generadores de la violencia en toda la República.
Y no es que nadie quiera que volvamos a la guerra sanguinaria de Felipe Calderón, pero aún en una estrategia que privilegie la inteligencia y los golpes financieros al crimen organizado, hay momentos en que el Estado en su conjunto y el presidente como su jefe máximo, tienen que mandar un mensaje de fuerza y dejarle claro, a los criminales y a la sociedad, quién está al mando y quién tiene el poder.
Porque hoy en México, con la violencia cotidiana que se refleja en masacres con decenas de cuerpos asesinados por las pugnas territoriales de los cárteles, liberaciones de capos detenidos, asesinatos de jueces y atentados en pleno corazón de la República contra un jefe policiaco, no está nada claro quién manda: si el que despacha, habla y graba sus videos en Palacio Nacional o los que son capaces de movilizar ejércitos fuertemente armados y de ordenar atentados y ataques de tipo terrorista para amedrentar a la población.
¿Quién es la roca en el zapato para quién?