De mañaneras, cretinos y algo más
El presidente Andrés Manuel López Obrador volvió a uno de sus temas favoritos, insultar periodistas.
En esta ocasión le tocó a quien esto escribe, a quien llamó cretino por haber publicado una columna “El negocio de las Mañaneras”, el lunes pasado, en donde se hacía referencia a que empresas estaban aprovechando el formato caótico que tienen sus conferencias de prensa matutina, para plantar preguntas, pagando 200 mil pesos a quien la formulara, para obtener del presidente una respuesta que apoyara sus intereses particulares.
Fue un denuesto gratuito.
No le faltaré el respeto a López Obrador, por la investidura presidencial, ni a Andrés Manuel, como individuo, porque los vituperios no son lo mío.
La ofensa la hizo el viernes durante su mañanera en Villahermosa.
En la víspera le habían hecho la pregunta en Palacio Nacional, pero había eludido una respuesta directa.
En esta ocasión no sólo la tomó sino que mostró su enojo, que es una apreciación subjetiva, y su desinformación, que es una apreciación objetiva.
El rápido intercambio de preguntas y respuestas, fue así:
Presidente: “Nosotros tenemos que entender que la política es un imperativo ético, no puede haber un doble discurso, una doble moral. Digo esto también porque leyendo ayer (jueves), de un columnista de esos famosísimos, que eran muy famosos pero ya ahora las redes sociales están arrasando, tienen que revisar eso los columnistas famosos de antes. Decía un columnista que aquí pagábamos, repartíamos ‘chayo’ de 200 mil pesos. A ver, a ver, a ver ¿cómo está eso?”.
Periodista: “¿Riva Palacio?”.
Presidente: “Sí, Riva Palacio. Imagínense la falta de respeto, que además qué desfachatez. Eso no es cinismo, es cretinismo. Pero hay que respetar a todos, ¿no?”.
Curiosa su forma de respeto.
Pero veamos.
El presidente acusó:
“Decía un columnista que aquí pagábamos, repartíamos chayo de 200 mil pesos”.
El texto dice lo siguiente:
“… es una conferencia sin acotamientos ni reglas de juego, donde López Obrador se lanza todos los días a la selva, donde hay interlocutores domesticados que se mezclan con profesionales de la información. Ahí era donde se encontraron las ventanas de oportunidad. Si el presidente respondía cualquier pregunta, ¿habría manera de controlar las preguntas que pudieran afectar a una persona o a una empresa? ¿Podría haber censura previa de esas preguntas?
“No era posible tener ese control. La jungla en Palacio Nacional es real. Lo que sí encontraron, cuando menos en dos casos que han trascendido, es que si no se podía impedir una pregunta y una respuesta del presidente, sí se podía contratar que uno de los presentes cotidianos en ‘las mañaneras’ repreguntara para lograr hacer un control de daños y minimizar la crisis que podría desatar un comentario negativo de López Obrador en cadena nacional. Por 200 mil pesos hubo personas que asisten todas las mañanas a la comparecencia del presidente, que aceptaron la tarea de contra preguntar”.
Entonces, el presidente se equivocó, leyó mal o le informaron peor.
En el texto, para evitar confusión, desinformación o mala fe, se puntualizó:
“El negocio de ‘las mañaneras’, es pertinente saberlo y tenerlo presente, no es algo diseñado o tolerado por López Obrador”. (El subrayado es mío).
La diatriba del presidente es difamatoria porque es mentira.
La columna mencionó que era una iniciativa de empresas, no de la Presidencia, y que López Obrador era ajeno a esos manejos.
En todo caso, como demuestra la manipulación que hizo de él quien le proporcionó combustible para la calumnia, demuestra que “el formato que él construyó, que diariamente alimenta y que casi siempre goza, a decir por su lenguaje de cuerpo, favorece la existencia de estas estrategias que aprovechan las condiciones inéditas en las que se da la comunicación circular”.
Después de sus insultos, paradójicamente, quien esto escribe recibió más información sobre el tema: un contratista de una empresa paraestatal, ofreció dinero para que le hicieran una pregunta al presidente, y pudiera conocer la posición de López Obrador sobre un tema específico de su mayor interés; un gobierno estatal también pagó para plantar otra pregunta para que al ventilarse públicamente el tema de su interés, pudiera desencadenar una serie de acciones de gobierno; y en otro caso, la crítica a una empresa la obligó a pagar desplegados en prensa para desneutralizar los ataques.
La columna mostraba la vulnerabilidad del modelo de comunicación y sus riesgos, para que se pudieran hacer ajustes.
Era un ejercicio normal en la prensa, alumbrar en donde se considera hay algo que debe observarse para corregirse.
En los medios no se espera agradecimiento por lo que es su trabajo, pero tampoco una filípica.
En cualquier caso, este momento no deja de ser parte de la picaresca matutina y del anecdotario profesional.
Sin embargo, hay una variable preocupante.
Si el presidente decidió subirse a una locomotora y estrellarse contra un muro, con injurias sin el menor sustento y totalmente errático, la pregunta y duda es si así es como toma las decisiones que afectan la vida de 130 millones de mexicanos.
Que insulte a un periodista o a alguna otra persona es, salvo personas relevantes, un pie de página, a lo más, en la crónica de su sexenio.
Pero si resuelve políticas públicas o acciones estratégicas sin información y manipulado fácilmente por sus asesores, sí tenemos un problema como país por su no método de toma de decisiones.
López Obrador mostró que le hierve la sangre y explota en retóricas violentas, sin tener datos ciertos.
No es la forma como se deben tomar las decisiones, menos aún las de un jefe de Estado.
Su responsabilidad requiere de eso, responsabilidad, lo menos que se le exige a un presidente.