¿Y para qué sirve Hugo López-Gatell?
¿Y para qué sirve Hugo López-Gatell?, escribe Carlos Marín en #ElAsaltoALaRazón.
Para quienes creen que el utensilio tiene múltiples propiedades, el estratega federal contra el coronavirus, Hugo López-Gatell, dejó al fin clara su científica posición ante el uso del cubrebocas.
“No digo que no sirva. Lo que digo es: sirve para lo que sirve y no sirve para lo que desafortunadamente no sirve…”.
O sea, la mascarilla no debe emplearse como rodillera ni gargantilla o cabestrillo.
Tampoco es adecuada para serruchar madera o como recipiente para mole de olla ni bandera ni atril ni cualquier otra cosa que el inexplicable Subsecretario de Salud suponga que los idiotas a quienes pretende instruir imaginan que se puede usar.
Para decir lo que perora, el funcionario parte de una convicción psicológico-psiquiátrica: que la parte imbécil de su audiencia padece la misma “disonancia cognitiva” que les diagnosticó a los legisladores de la oposición cuando el 12 de octubre les espetó:
“Identificamos todavía un pequeño grupo de senadoras y senadores que no solamente son pequeños en número, sino representan una minoría social. Es ésta, a la que nos hemos referido en varias ocasiones, que pareciera estar encapsulada en una serie de ideas fijas que se armó desde el inicio de la epidemia y no sale de ellas. Está empeñada en mantener una misma visión. Hemos buscado un poco explicaciones a este fenómeno, con el mejor ánimo de buscar cómo hacerles llegar quizá elementos de información que les ayuden a salir de ese enclaustramiento en el que se encuentran. Uno de los elementos que habíamos identificado es el proceso del duelo. Otro fenómeno de la mente humana es la disonancia cognitiva”.
Retraso mental, debió decir.
Cuando en México hay casi un millón de infectados y se está, según sus desastrosos cálculos, a catástrofe (60 mil) y media en defunciones: más de 90 mil, o a poco más de cuatro porque las cifras oficiales hay que multiplicarlas por 2.8 si se considera el exceso de muertes asociadas a problemas respiratorios con síntomas de Covid-19, que suman más de ¡252 mil!, este doctor en verborrea no tiene el menor pudor en traicionar, un día sí, otro también, la medicina y su responsabilidad como “servidor público”.
Empoderado como está (el presidente López Obrador le tiene toda su confianza y ha dicho que ya quisieran en otros países tener eruditos como López Gatell para combatir la pandemia), el carismático y en apariencia didáctico facultativo insiste en la obviedad de que el cubrebocas no impide que quien lo porte sea contagiado, pero de manera criminal omite o resta la importancia que el sencillo artefacto tiene para que los enfermos asintomáticos no propalen la peste.
Lo subestima con inaudita desfachatez; desdeña que la Organización Mundial de la Salud y los más calificados expertos nacionales y extranjeros recomiendan su uso y repite la babosada de que sólo es “auxiliar”, sin decir que también lo son el aseo frecuente de manos y la dichosa sana distancia.
Si no fuera faccioso, ¿cuántas muertes pudo él haber evitado?