Cuando sobra el tiempo

La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.

Hace una semana mi mayor preocupación era salvar a mis dos goldfish, ya que mi hijo pequeño había vaciado en su tanque un frasco completo de alimento. Cuando vi la pecera, no entendí lo que había sucedido, después me entró una terrible angustia al ver un video en YouTube, en donde un experto explicaba que el alimento en pocas horas se convierte en amonio y eso es absolutamente perjudicial para los peces.

Un martes o miércoles posterior, me parece, porque ya me empieza a pasar esto de perder la cuenta de los días, el gran problema se centró en la huida de mis dos perros de casa. Por segunda ocasión, mi hijo de dos años tuvo mucho que ver, ya que fue él quien abrió la reja y así como los dos perros salieron disparados del jardín de enfrente. Siendo francos, en otros tiempos, mi esposo y yo no hubiéramos podido ir por ellos sin quejarnos antes de que tal percance nos haría llegar tarde a la oficina, y es que normalmente vivimos corriendo y trabajando siempre un poco más; sin embargo, esta vez fue diferente, aunque era casi mediodía y aún vestíamos pijama, fuimos detrás de los dos perros con total calma, sin alegatos, sin buscar culpables.

La verdad, no recuerdo otro momento en el que hayamos pasado tanto tiempo juntos, sin prisas, sin deberes de trabajo, sin tener que atender actividades y más actividades para los niños, sin andar de aquí para allá, sin parar hasta caer rendidos al final del día.

No se me viene a la mente otro momento cercano en el tiempo, en el que mi esposo me haya acompañado a tomar rayos de sol en el jardín, justo sobre el césped. Además, y por lo general, mis preocupaciones giran en torno a asuntos que considero importantísimos y que tienen que ver con la vida de otras personas. Estoy acostumbrada y he desarrollado una capacidad de hallar en la angustia y desesperanza de la gente, una razón urgente para encontrar soluciones y no parar hasta resolver. Por ejemplo, y frecuentemente, mientras tomo una ducha o intento dormir, encuentro las rutas, las palabras, las decisiones que debo tomar, en definitiva, cuál debe ser mi siguiente movimiento. Pero en esta ocasión, no hay nada más que adelantar o hacer respecto los asuntos de la oficina.

rácticamente todo está paralizado en lo que a mis labores respecta, y entonces mis prioridades repentinamente han pasado a ser otras, más nimias para algunos quizás, pero no menos importantes para mí, ya que se trata de mi familia, a quienes al igual que a mí, en estos tiempos de crisis, en los que se puede perder la vida, incluso, les sobra el tiempo. Y para ser sinceros, ojalá, que después de que pase todo esto, busquemos la manera de tomar la vida de otra manera. Sí, ojalá que repensemos nuestras prioridades y rutinas, porque la verdad, no creo ser la única que en estos días en que el tiempo nos sobra, se ha dado cuenta de mucho.

Mi marido, por ejemplo, recién se enteró que los goldfish, de los que platiqué al inicio, y a los que afortunadamente les pudimos salvar la vida, no son el primer par que llegó a casa, ahora ya está enterado que los primeros dos murieron después de que lavamos su pecera con detergente. También y seguramente, ahora se ha dado cuenta que los niños son mucho más ruidosos de lo que él creía, pero de la misma forma, los más tiernos.

En definitiva, quienes de alguna manera ahora podemos darnos el lujo de tomar esta crisis con más filosofía, debiéramos aprovechar para repensar muchas cosas, en tanto, quienes integran el sector médico y científico hacen un esfuerzo por demás valeroso e histórico por sacarnos de este lío mundial, mientras la economía nos aprieta a todos ciertamente, pero a unos más que a otros, indiscutiblemente, por aquello de la desigualdad social, que, como a este virus, no hemos podido erradicar.

Estoy confiada en que saldremos de esta pandemia reconfigurados y más fuertes. No permitamos que nadie mine el optimismo.

La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.