La boda

El autor es Publicitario miembro de ASPAC

Este fin fuimos a una boda, mi esposa, mi hija y su novio. Desde la invitación, había pensado el lo sui géneris que podría resultar la celebración por el confinamiento y el deshábito provocado, incluso por la sana distancia impuesta, una peculiar condición.

No obstante, cuando la fecha llegó, también lo hizo el verde propiciando lo por venir. Nos preparamos, nos alistamos, el lugar no está muy lejos de casa. Al avanzar en el auto, sensaciones

curiosas me rodeaban y me hacían sentir que al meternos en el río de la calle, nos metíamos en un pasadizo temporal de especiales sensaciones.

Llegamos a la entrada sobria que escondía todo el maravilloso interior. Macetones flanqueaban la avenida y en flashes me seguían llegando escenas de un empedrado queretano, de alamedas ondulantes, de arboledas discretas, pero de gran belleza en su sencillez. Bajamos algo lejos, y aunque ya íbamos justos, no podíamos imprimir mayor velocidad a los pasos porque los tacones femeninos no permitían esas prisas...

Avanzamos por entre las pequeñas aceras a lo largode jardines extensos, frescos, hermosos. Y llegamos a la iglesia, sembrada entre un perfil continuado de fachadas renacentistas que despertaron

en mí los recuerdos fiorentinos de tres décadas atrás.

Dos enormes ángeles de piedra blandiendo poderosas espadas flanqueaban la entrada y yocreía escuchar, como un premonitorio: la vida es bella, campo fértil del individuo; y vivala familia, fuente de la vida.

Pensamientos continuados, estimulados por tanta sencillez y tanta belleza, distraían mis pensares y haciendo difícil seguir el rito, a pesar de lo excelso e inspirador del ambiente cercano e íntimo que el coro vivo construía. Pensamientos.

Luego fue el salir de los novios que sorprendieron nuevamente mis expectativas cuando en vez de repartir arroz para brindarles deseos, obsequiaron un recuerdo que conmemoraba a San José, enorme ícono de la Familia. Los abrazos, no en exceso, pero sí profundos se dieron espontáneamente ante la inesperada algarabía de las aves que parecían festejar el nacimiento de una nueva familia y augurar la felicidad inacabada.

Las fachadas sonreían aún más que al principio en esa villa florentina de la Etruria italiana. En el esperar sin prisas, cada invitado fue testigo de la dedicación y detalle con que se preparó la celebración donde cada invitado parecería, a la postre ser el festejado de esa noche tan espléndida.

La noche fue deslizándose entre espontáneas sonrisas y múltiples amabilidades de la familia anfitriona que contagiaba sus afectos y simpatías entre todas las mesas. La fina música que se había dibujado desde la eucaristía, confirmaba ahora una reiteración con un vivo de metales en solo discreto y agradable, que fue llevando de la mano a los comensales a descender (¿o ascender?) a las alturas no sospechadas del festejo que como pólvora se desparramó entre el ánimo de los asistentes que bañados de colores y de armonías fueron llenando la pista para nunca abandonarla.

La pausa llegó sólo con las viandas que con exquisito gusto, pero siempre con sencillez, nos hicieron comulgar de esas dimensiones sensoriales que de nuevo nos remitían a los mejores

recuerdos y memorias guardados.

El cielo festejaba también en algarabías coloridas que embelesaron por enésima vez a cada invitado. En la mesa la espontánea y agradable conversa de los que departíamos parecía reiterante a  pesar de ser inaugural. La simpatía aquí se desbordó así mismo como en cada otra mesa y en cada otro instante. Y en cada breve eco que se escuchaba me parecía oír el repiqueteo de una

fabulosa campana que sonaba y sonaba en una nota armónica que en tres tiempos me susurraba “familia”, “familia”, “familia”.

En esa atmósfera nos despedimos, llenos de regalos, de sonrisas, de memorias recordadas y de nuevos recuerdos fundados, de sentimientos armónicos e inspiraciones paralelas, de alegría y simpatía, de evocación y de cariños.

Gracias, me decía, whateris por este portal a la toscana italiana, gracias euterpes y terpsícores por sus melodías y sus danzas inspiradoras, gracias caná por el ejemplo esponsal. Y gracias Doris y Conrado, Walter y Érika, Mirell y Jonathan, por tanto cariño, tanta belleza y tanta alegría de esa noche pletórica y premonitoria, que nos hizo sentir que éramos los festejados, que nos hizo sentir que estábamos en casa, que nos hizo sentir cálidamente en nuestra familia.

El autor es Publicitario miembro de ASPAC

Por un México bueno, culto, rico y justo.

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