Un parque real

La autora es arquitecta, escritora, ilustradora y creadora de La Fábrica de Cuentos, Cuentos Personalizados.

Por el poniente, donde se pone el sol con bellos atardeceres, existe una vía que es frecuentada por muchas personas. Ellas van a pasear en bicicleta en grupos que se dedican a la disciplina del ciclismo, o bien, también te encuentras a familias enteras que utilizan esa avenida para su esparcimiento y recreación saludable. Ves un ambiente sano, lleno de vida, y da gusto observar cómo las

personas salen a disfrutar la tarde como si fuera un parque. Guardan su distancia, y hasta ahorita, cada vez que paso por ahí, he observado limpieza y un ambiente tranquilo. Cada quien está con los suyos.

He observado cómo los grupos de ciclistas, todos con unos ajuares espectaculares, como si fueran un ejército listo para la batalla, van en fila, (tomando un carril porque no tienen por dónde más), siguiendo un orden y un ritmo en sus pedales, acrecentando su condición física y siguiendo instrucciones como equipo.

Algo así veo en los pájaros también, y me llama la atención cómo las aves vuelan en filita, en una sincronía perfecta con su radar interno que les marca el rumbo.

Y entonces, pienso qué tan importante es llevar un orden en la vida diaria. Ir en esa filita, en esa sincronía que te marca el rumbo para no perderte. Pero el ave tiene el cielo, y el ciclista ¿tendrá su vía? No soy ave ni ciclista, pero ambos me demuestran un orden que quisiera tener.

Avanzo unos cuantos metros y veo a las familias. Está un padre sosteniendo la bici de su pequeña, y luego la suelta con un empujón. La niña expresa una sonrisa llena de confianza, y más allá se cae. La madre la levanta. El hermanito le da lecciones de equilibrio. Y con ánimo, la niña vuelve a intentarlo.

Yo veo en el panorama un apoyo. Más allá, veo a un joven “pasadito” de peso, que corre, o trota, o intenta correr.

El cabello le vuela de un lado a otro. Se nota su esfuerzo. Se ve en su rostro el sudor. Pero él sigue. No se rinde. Persiste.

Lo rebasa un señor mayor con más condición, que corre como una gacela, y entonces el joven lo mira por su ejemplo y sigue sus pasos. Y así, ejemplos positivos ¡muchos! Niños, jóvenes, adultos…todos salen por unos instantes porque la necesidad del cuerpo les implora despejarse, ver gente real, sociabilizar aunque sea con la mirada a unos cuantos metros, sentir el viento, el polen, escuchar el zumbido de una tarde. Sus mentes seguro también sanan y sueltan miedos, tensiones, reflexionan.

Me queda claro que sólo uno tiene el poder y la decisión de hacer uso de su tiempo, bien aprovechado en estos tiempos de crisis. Sin embargo, lo que también observo es que esa actividad la realizan en un espacio no destinado para eso. Es una vía vehicular.

Adecuar un espacio correctamente para ellos estaría ideal. Verlos me enorgullece, pues me veo de niña, en un triciclo; me veo de joven, en un “outfit” en patines; me veo paseando a un perro; me identifico con cada persona que anda por ahí. Los palofierros le dan más “glamour” al lugar, y me imagino un parque real.

Creo que son ciudadanos que crean una sociedad sana, al cuidarse ellos mismos, su físico, su condición, su salud. Y comunidades sanas es lo que necesitamos. Personas educadas que se cuiden ellas mismas y también al medio ambiente. Con mi observación esa tarde, sólo digo: el sol ya está, sólo falta un área, un espacio público, un parque enorme para todos ellos, por donde no tenga que pasar, como yo pasé, en un vehículo, muy despacito, cuidando el paso de todos ellos, y ellos de mí.