La Manuel F. Montoya

El autor es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.

Aquella noche del primero de septiembre de 1973 me acosté con la ilusión de que la mañana siguiente iniciaría una nueva etapa escolar: el ingreso a la secundaria.

La idea de saber que en un día tendría frente al pizarrón a más de un maestro era suficiente para generar ansiedad por vivir esa experiencia.

Mi madre me alistó la ropa pantalón color caqui y camisa blanca con sus respectivos zapatos que me compraron en la tienda de Emilia la del “Güero” Korrigan, allá por banquetas altas de la calle nueve.

La mañana del 2 septiembre no fue necesario que Elenita la del Birin - como se le conocía a mi madre en el pueblo- me despertara.

A las seis y media estaba desayunado, cambiadito y con los dientes cepillados sin necesidad del recordatorio de la limpieza bucal como era usual en la primaria.

Estaba listo mucho antes de las siete, era aún temprano para irme a la secundaria Manuel F. Montoya que está a dos pasos de la casa de calle diez pasando el arroyo.

Mi padre desde muy temprano tenía abierto abarrotes Peralta y desde el mostrador me dijo: “ya es hora Pepito, acaban de pasar la profesora Raya, la maestra Lorenza y el profesor Escarraman”.

Entre con cierto temor al plantel y vi la figura del señor Gabino Meléndrez que salía de la dirección con bocina y micrófono en mano preparando lo necesario para la bienvenida al nuevo ciclo escolar.

La presencia elegante y solemne del director del plantel profesor Ernesto Romero nos dio la bienvenida y nos informó sobre las reglas disciplinarias y aclararnos que en la Manuel F. Montoya se asistía los sábados de nueve a once de la mañana.

Atrás quedaron los años de primaria y las entrañables figuras de sus maestros. Allá en la Benito Juárez quedó la emblemática campana de Don Rober, los gallitos de Don Esteban y las naranjas con chile de Don Romualdo.

El salón primero A lleno hasta las lámparas como diría un cronista de béisbol de la vieja guardia; había alumnas y alumnos de las barracas, nopalera, ranchería, nivel 50, del centro y también de poblaciones aledañas a Santa Rosalía: Mulegé, San Ignacio, Santa Águeda y comunidades de la sierra.

La mayor parte del salón eran estudiantes que no conocíamos, era un grupo diverso diferente a la escuela primaria Benito Juárez donde ya nos conocíamos las mañas. Desde el primer día supe que la secundaria era un mundo distinto a lo vivido, y que iba llevar cursos inimaginables: talleres de mecánica, carpintería, radio y para las mujeres talleres de cocina y costura. Además de clases de música, inglés y deportes.

Cómo olvidar las clases de música del profesor Martín Martínez cantando la Indita que al unísono decíamos : “... si no me quieres ten compasión“.

En el taller de mecánica del profe Atanacio Gil supe que los carros tenían un cigüeñal. Cómo no recordar las tostadas de repollo con valvita que vendía el maistro.

El 2 de septiembre de 1973 no solo iniciamos la secundaria , sino también una etapa en la vida donde hicimos amistades que aún conservamos y recordamos con nostalgia aquel inolvidable tiempo vivido en el pueblo de madera: Santa Rosalía B.C.S