El quinceañero de ‘La Coyo del Güero’

El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos. @chefjuanangel

A las 4 de la tarde sonaron las campanas, era el último llamado a misa. “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!”, empezaron a cantar ‘La Chana’ y la Lucía. Salió el padre Durazo e inició la celebración.

Un año antes, el chisme corría por todo el pueblo: “¡Qué rara esa fiesta!, ¿se estará volviendo loca ‘La Coyo’?, ¡debería ponerle un estate-quieto ‘El Güero’!, ¡no se va hacer, son puras loqueras! Mientras, la familia de ‘La Coyo del Güero’ trabajaba arduamente pizcando algodón en los campos de la Costa de Hermosillo ganando los recursos suficientes para el gran jolgorio.

Al final del pasillo central de la parroquia San Pedro Apóstol, estaba un reclinatorio, y sobre él, postrado de rodillas, Manuel José María, alias “Mimi”, el primer quinceañero de la capital del mundo, acompañado por su madre, ‘La Coyo del Güero’, organizadora de tan esperado acontecimiento social. Terminada la misa salieron rápido cuesta abajo rumbo a la casa del festejado.

‘La Coyo’ iba por delante cuidando que sus zapatos nuevos no se empolvaran demasiado. Llegó directo a la mesa del tocadiscos y posicionó el brazo sobre el “long play” de 12 canciones que después de unos chasquidos empezó a sonar: “Hay ojitos que roban la calma, y los tuyos me la están robando”. Después, ‘La Coyo’ levantó una caja con botellas de refresco de cola y empezó a preparar los jaiboles. En un pichel de aluminio color lila brillante vertió un buen chorro de Bacanora y lo terminó de llenar con soda. El menudo era especial, no tenía aroma alguno a boñiga. A leguas se notaba que estaba bien hecho, ya que la panza requiere especial atención en su lavado, si la cocinera es floja y cochina, seguramente habrá menudo hediondo. La preparación del menudo de ‘La Coyo’ tenía un ingrediente inusual en Sonora: chile colorado seco, tostado, quebrado con las manos sobre los demás ingredientes y llevados a hervor sobre bastante leña de mauto.

‘La Coyo’ aceleró el paso y empezó a servir los molletes con champurro, y no me refiero a birotes con queso y frijoles, sino a una variedad de pequeños panes dulces (de aproximadamente 3 cm.), que se preparan con la misma masa del pan de vieja. Y es que a las 23:00 horas “Nacho Poca Luz” cortaba la energía eléctrica que generaba un generador de la CFE.

Después sirvió menudo, también en platos prestados (léase la columna del miércoles pasado) para que todos comieran cuando aún había luz. ‘La Coyo’, de nueva cuenta, estaba satisfecha. Con su trabajo y generosidad había generado alegría; con sus propias manos cocinó y sirvió menudo, champurrado, los sabrosos molletes y elegantes jaiboles, actividad en la cual encontraba felicidad. Y

es que servir alimentos es uno de los más grandes gestos de amor y entrega hacia los demás, labor que muchos no ven desde esa perspectiva.