Nombremos a las niñas

La autora es Especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.

Podemos notar que de forma frecuente en los medios de comunicación, en la política, en las mismas escuelas y entre la gente común, en las propias familias, está normalizado referirse a los “niños” y no en cambio a los “niños y niñas”.

Es decir, pareciera que invisibilizarlas a ellas no tuviera importancia, pero sí la tiene y mucha.

De acuerdo con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, Conapred, invisibilizamos a las mujeres, utilizamos un lenguaje sexista al manejar en muchas ocasiones como genérico el masculino cuando nos referimos en realidad a acciones de ambos sexos, excluyendo de manera abierta y deliberada; subordinando a las mujeres que se mencionan como un objeto pasivo.

Invisibilizamos a nuestras niñas, por ejemplo, cuando decimos “deben respetarse los derechos de los niños”, siendo que nos referimos a los derechos de ambos, de las niñas y los niños.

Es necesario nombrar a nuestras niñas, hacerlas visibles, desechar el androcentrismo donde el hombre es considerado el centro del universo y se le equipara a él, como varón, con la humanidad en conjunto, teniendo esto, por consecuencia, que las mujeres sean excluidas de una realidad en la que son, por supuesto, parte activa.

Por ejemplo, también, cuando no aparecen datos estadísticos desagregados por género, se les está invisibilizando. Si bien la niñez es un grupo históricamente discriminado, las mujeres también; por ello, nos encontramos con que la situación de las niñas es entonces doblemente preocupante.

Necesitamos empoderarlas desde el comienzo de su vida, garantizarles el acceso a sus derechos humanos: identidad, educación, salud, una vida libre de violencia, juego y esparcimiento, descanso, amor y protección de una familia, cultura, por mencionar algunos derechos; pero es necesario comenzar por nombrarlas, por tomarlas en cuenta como sujetos de derecho, como seres humanos y no como objetos pasivos o secundarios invisibilizados en un término genérico masculino, ocultando e ignorando realidades muy particulares que les afectan de forma muy distinta a los varones.

Difícilmente la política pública será eficiente si no se tiene claro la manera en que delitos como la trata de personas, el acceso a la educación sexual, las distintas formas de violencias, la discriminación, entre tantos otros asuntos, les afectan de manera particular a nuestras niñas.

El lenguaje sexista, por inofensivo que parezca, nos conduce a la desigualdad de los géneros, una desigualdad que hay quienes minimizan, que no toman en cuenta, que quizás lleguen a ver como un asunto “de mujeres”; pero no es así, no en vano el periódico The New York Times destacó en marzo de este año, el hecho de que las mujeres tomaran las calles para protestar contra la violencia, destacando tanto el paro como la marcha, que agrupó a decenas de miles de mujeres y que calificó como un parteaguas para México, un país, “que durante mucho tiempo ha sido incapaz de lidiar con el machismo arraigado y la violencia de género”.

Si enterarnos de feminicidios nos resulta atroz, si saber de la desaparición constante de niñas, adolescentes y jóvenes nos angustia, si el acoso callejero nos resulta aborrecible, si los distintos tipos de violencia que viven en casa miles de mujeres nos hace sentir impotentes, si la falta de oportunidades reales para que las mujeres lleguemos a ocupar los puestos más altos de decisión, los mejor pagados en el ámbito público y privado nos exaspera, tomemos cartas en el asunto, empecemos por algo tan sencillo como nombrar a nuestras niñas siempre, en todo momento, hagamos que todos y todas las vean a ellas y a sus asuntos, y que no permanezcan más ocultas, invisibles, demos ese primer paso, porque son muchos los que necesitamos dar si queremos un mundo más justo.

La autora es Especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.