El niño de los aguacates

La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.

El semáforo está en rojo y arriba de mi auto apenas distingo en medio de la calle una cabeza pequeña.

Me fijo bien, es un niño de tez morena y pelo negro sosteniendo una bolsa de aguacates; le calculo unos cuatro años, no más.

Enseguida volteo hacia atrás y veo a mi hijo de tres años en la sillita del carro, con su traje de baño y goggles, listo para su clase de natación y siento un nudo en la garganta al contrastar la realidad dispareja e injusta de cada uno.

El niño de los aguacates me ve y yo a él, hacemos contacto visual, pero no tengo tiempo de pensar en más porque el semáforo ha cambiado a verde, entonces avanzo al igual que todos los demás autos.

Para ese momento ya todos hemos dejado atrás al niño, hemos seguido de largo.

Ninguno lo atropelló, de hecho, quizás en un descuido mío alguien incluso le compró la bolsa de aguacates que cargaba.

Tal vez...

El punto es que ese niño no debiera estar ahí en medio de los autos, exponiéndose a cualquier tipo de accidente, acostumbrándose a permanecer inmóvil mientras los autos le pasan por los costados rozando su cuerpo; ese niño debiera estar jugando, aprendiendo algo nuevo, desarrollándose, riendo, disfrutando su infancia con una familia, rodeado de amor, protegido.

Que esté él ahí es un drama, no es normal y yo no sé ustedes pero me parece absolutamente ilógico, incorrecto y muy cobarde, simplemente lamentarnos, asentir con la cabeza, acostumbrarnos a seguir de largo en el automóvil, cambiando la canción de la estación de radio o respondiendo a un mensaje de WhatsApp mientras el semáforo está en rojo, girando, agachando la cabeza, haciendo cualquier cosa y evidentemente ignorando la desgracia que vive nuestra niñez.

No está bien que para los gobiernos las niñas, niños y adolescentes no sean prioridad, porque el hecho de que sus asuntos sean tratados prioritariamente, es su derecho, pero tampoco está bien que la misma gente no reclame, no exija, no se indigne, no diga nada al respecto.

Se ha dicho ya que no hay causa que merezca la más alta prioridad que la protección y el desarrollo de niños y niñas, de quienes depende la supervivencia, estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana. Por eso mismo, no se trata de ver sólo por algunos, sino por todos.

No en vano la Convención de los Derechos del Niño, que es el tratado internacional más firmado por los países del mundo en la historia de la humanidad, establece el derecho humano a que ninguno sea discriminado.

En consecuencia, es una obligación del Estado mexicano atender el derecho a la prioridad que tienen las niñas, niños y adolescentes.

Porque de verdad, si actuaran atendiendo los derechos de este grupo poblacional, si hubiera políticas públicas que partieran de la concepción de los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho y no como objetos de caridad, no tendríamos que deshumanizarnos cada vez más, ignorando en cada esquina la desgracia de niños y niñas, que sabemos es una tragedia colectiva, no hechos aislados.

Existe una deuda con la infancia que no se puede postergar más.

Que los veamos en la calle es sólo un síntoma de todos los atropellos y abusos de los que son víctimas de forma cotidiana y permanente.

Por todo esto, yo no sé ustedes, pero yo no me quiero resignar a ver a otro niño o niña más en la calle y seguir de largo, como si no pasara nada, cuando pasa mucho.

En próximas campañas ojalá que podamos ver a aspirantes a cargos públicos incluyendo en sus propuestas la atención a los problemas de la infancia como un asunto prioritario y ojalá que desde cualquiera que sea nuestro ámbito de acción hagamos algo al respecto.

La autora es especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.