"No van a encontrar a los desaparecidos, ya no existen": sicario narra su "chamba" en Sonora y como desapareció a cientos
“Aquí lo traigo en la mente, me decía, 'Gordito no me mates, tengo familia', pero pues él sabía que si no lo mataba yo a él, ellos me iban a matar a mí".
HERMOSILLO, SON.- “Aquí lo traigo en la mente, me decía, 'Gordito no me mates, tengo familia', pero pues él sabía que si no lo mataba yo a él, ellos me iban a matar a mí, todavía me acuerdo de cómo le puse cinta canela en la cabeza y comenzó a botar”, así inició la narración de aquel hombre menudito, uno como todos esos que se ven en la calle, de tantos que pasan desapercibidos.
Sobre “El Gordo” pesan más de 250 ejecuciones en todo el Estado, mas los cuerpos que ayudó a “eliminar” entre el 2012 y el 2016. Su “territorio” era Guaymas, Hermosillo, Obregón, Empalme, Caborca, Sonoyta, nomás, Nogales nunca pisó, tampoco subió a la Sierra.
Su oficio: Sicario; estatus: retirado, es de los pocos que quedan del comando armado en el que trabajaba, pero del oficio nunca se sale, pues los fantasmas del pasado persiguen las mentes en rehabilitación.
“El Gordo” se estremece cuando va contando cada historia, cada jale, y cada uno de los 35 cuerpos de los que se deshizo en Hermosillo, da punto y detalle de dónde se localizan. Ya no puede con su mente.
“A veces vengo en el camión del jale y los veo, ahí están. Cierro los ojos, sacudo la cabeza y los abro y desaparecen. Tengo limpio de drogas hace mucho, pero los sigo viendo”, narra quien hoy es panadero.
Toma una bocanada de aire antes de seguir, se levanta, se rasca la nuca, se quita la gorra y hace un gesto de resignación, dice que algo se le va a salir del pecho y que siente que se le caen cosas de la espalda, tiembla, se incorpora, se le quiebra la voz y subraya que nunca, NUNCA, tocaron niños, ni mujeres, el jefe lo tenía prohibido.
“Ahora llegó mucha cochinada, ya no hay honor”, reflexiona para sí.
En la sala de esa casa nos encontramos varias personas, él está en el lugar y cuando “lo descubro” accede a la entrevista alejado de todos.
Tiene 39 años, se llama Jesús, trabajaba para un pesado en la eliminación de gente enredada y rateros. Él se acuerda que un compañero le robó a su jefe mil 300 pesos después de un trabajo y él lo tuvo que matar, pues era su cabeza o la del muerto.
Andaba por todo el Estado, le pagaban alrededor de siete mil pesos a la semana, siempre con su cuerno y su nueve milímetros como sus cuidadores más fieles, incluso como a muchos le hicieron hasta un corrido al mero estilo Sinaloa.
En el norte del estado participó en al menos 250 ejecuciones, son de las que se acuerda. Cuenta que por rumbos del cerro “La Nariz”, en Sonoyta, llegaron a un rancho, ahí se encontraba una persona a quien ejecutaron.
“Estaba un rancho ahí cerca, nomás había una persona, lo matamos, agujeramos el rancho, se quemó todo, rancho, carros, agujeramos el tinaco, un chingo de hoyos por donde sea, yo entré y pues yo siempre he sido malandrín, no me podía ir sin nada del rancho ese”, cuenta.“Cuando entro, veo al amigo tirado, trae cuatro anillos bien chingones y me busco el cuchillo para cortarle la mano pero no traía cuchillo pa cortarle la mano, así que dije chin a su ma y ¡pum!, ¡pum!, le puse dos tiros en la mano, la agarro y me la hecho a la bolsa, me subo al carro y nos vamos”, recordó.
En otras ocasiones para no desperdiciar balas utilizaban cinta canela, el método, encintar nariz y boca -y ya de paso toda la cabeza- de las víctimas quienes casi de inmediato entraban en un frenesí, “botaban” cerca de cinco minutos y al final había que “cangrejearlos” de inmediato.
Me quedo asombrada del -para mí- nuevo término y no puedo evitar preguntar, ¿qué es cangrejear?.
Él se ríe de mí ignorancia y mirando al piso me dice: “pues cangrejear es amarrarlos, envolverlos en lo que los vayas a meter porque luego se ponen bien duros y hay que usar un hacha para quebrarlos”, me explicó.
Después de todo aquello el siguiente paso era ir a tirarlos a las afuera de la ciudad o en el monte de donde se encontrara. Es importante que diga que en esta historia existió un componente más, un antagonista que tal vez, digámoslo así, propició una vida sin freno; el crystal.
La metanfetamina dominó por 20 años a Jesús, casi la mitad de su vida consumió hasta 400 pesos a la semana de esa droga y cuando iba a zonas donde no había como en Baviácora, se llevaba las “pelotas” de la droga para su consumo personal.
Así vagó por Sonora entre plomo y plata, por azares del destino conoció a una buena mujer con quien decidió hacer vida, ella también conoce lo que es estar sometida por el crystal pero al igual que otras personas logró vencerlo después de fumar sapo (historia que luego les escribo).
“Yo no quería fumar sapo, ella me decía que lo usara, que me iba a ayudar pero yo no quería. Un día ella llevó la pipa con sapo y la dejó en la casa, por curiosidad la agarré y dije, ‘a ver qué pasa’, le di tres ‘baisas’ y nooooombre, me levanté y me arranqué la camisa, algo le pasó a mi cabeza, todo no era lo mismo”, comenta.
En este momento él ya no podía hablar, llegó su esposa porque escuchó que hablábamos del bufo alvarius, me ofreció probarlo pero consideré no necesitarlo pues soy loca natural, entonces ella agregó que el día que probó su esposo el sapo lo encontró hecho un ovillo, llorando, riendo y en un viaje del que volvió siendo otro.
Desde ese día él no tiene los temblores, no necesita droga, su cuerpo y su mente no se lo exigen, por el contrario, tiene un empleo en el que es reconocido y sobre todo, quiere regresar a las familias un poco de paz que ahora reconoce les robó.