Doña Esther colecciona historias como madre de 11 hijos a sus 97 años

Nacida en Veracruz en 1925, Esther de la Rosa Moreno se ha convertido en la segunda mujer más longeva de La Colorada, tiempo en el cual tuvo a 11 hijos, los cuales le han dado la dicha de ser madre, abuela y hasta bisabuela.

Doña Esther de la Rosa Moreno nació en Veracruz, tierra que decidió abandonar luego de que asesinaran a su padre y su madre.

Llegó a la Colorada, Sonora, un poblado situado a 45 kilómetros de Hermosillo, donde creció y parió a 11 hijos e hijas, además de otros cuatro que desafortunadamente nacieron sin vida. A sus 97 años recuerda el sentimiento que le produjo ser madre.

“Para mí todo fue felicidad. A mis hijos los tuve con toda mi alma. Uno y luego otro y otro atrás: nunca me pudo haber sido mamá”.

Nacida en 1925, 9 de sus 11 hijos nacieron en su casa con ayuda de una partera. Luego, a los pocos días volvía a sus labores casi sin descanso, no había tiempo para tal ya que para sostener a la familia desempeñó un sinfín de actividades, aunque con particular alegría, afirma.

“Me encantaba ir a la leña, me gustaba ir a las pitahayas, a la chucata. También me gustó mucho bordar. Ayudé mucho a mi mamá a bordar, a hacer muchos pedidos y aprendí a coser en máquina.

“Todo aprendí: ya después hacía vestidos, pantalones. Me gustó mucho hacer pan, tortillas, queso, mantequilla. Me gustaba mucho hacer cosas”.

Lo único que no aprendió, asegura, es andar a caballo. Le provocaba miedo y su única experiencia al respecto no la hizo cambiar de opinión.

“En aquel tiempo una vez nomás me subí. La primera y última vez, fue un día de San Juan. Iba con otra muchacha a pie y en eso pasan unos hombres, y a la muchacha que venía conmigo la montaron al caballo.

“Ella sí se subió, pero yo no quería. Uno de los muchachos me preguntó que si por qué no quería, que me fuera con él, y luego me subió y se subió luego él. Yo le dije: mira, si me quieres llevar, en cualquier momento yo me aviento del caballo. Y me bajé y fue la única vez”.

¡Como bailábamos!

Entre sus recuerdos está que la gente del pueblo bebía oporto antes que cerveza y que, aunque las minas ya existían, también abundaban los gambusinos, recolectores de oro con métodos artesanales. Sin embargo, lo que cuenta con mayor entusiasmo es el baile.

“Siempre que iba a los bailes no me faltaba bailarín. Me gustaba mucho bailar, sobre todo las corriditas. La gente vivía bien a gusto, unas fiestas bien suaves en la plaza. ¡Como bailábamos! Nos gustaba mucho hacer bailes”.

Con tanta historia detrás de sus pasos, no todo fue felicidad: su segundo hijo, Francisco Alberto, falleció a los 18 años luego de ser derribado por un caballo y golpearse la cabeza contra una piedra. Antes de la tragedia, recuerda Esther, su hijo “Chicobeto”, como le decían de cariño, le ayudaba con los gastos: “le encantaba irse a vender las quesadillas que yo hacía”.

Pero a pesar de ésta y otras dificultades, hoy, siendo la segunda persona más longeva de La Colorada, Esther se enorgullece de haber sacado adelante a sus hijos e hijas, al grado de que ya cuenta entre su descendencia a un gran número de bisnietos.

Hasta estos días recuerda la importancia que puso a la educación, enseñarles a sus hijos “a que hablaran bien, a que aprendieran a defenderse de chiquitos sin ser peleoneros” y, por supuesto “los llevaba a la escuela e iba por ellos”.

Cambia su nombre

Doña Esther, que nació después de la Revolución Mexicana y antes de la guerra Cristera, compartió que fue bautizada como Socorro, pero que unos soldados “le pusieron” su nombre actual y, como le gustó, decidió conservarlo. Más de 90 años después, aconseja a sus nietos:

“Lo primero que les digo es: me tienen que escuchar con mucho respeto, van a ir creciendo, ahorita están chamaquitos. Van a ir creciendo, creciendo, creciendo hasta que lleguen a ser adultos.

“Se tienen que cuidar mucho y aprender muchas cosas, a ser buenos, a estudiar para aprender algo para ustedes mismos. Todo eso agarro y les digo, pero también que van a crecer y les va a gustar el baile”.

Pero entre tantas historias, hay una que atesora especialmente: “La historia mía que me encanta y me encantó, son mis hijos; la adoración mía. Los niños me encantan, es lo que más me gustó”.

Doña Esther de la Rosa Moreno, al saber de la publicación de esta entrevista, se despidió con la sabiduría de los años por delante:

“Si van a leer el periódico no van a encontrar algo malo; a gusto me va a hacer sentir porque con algo se van a acordar de mí ¿verdad?”.