Dan techo y comida a 235 migrantes en Nogales

En el Albergue de San Juan Bosco 235 migrantes se quedaron “atorados” y tuvieron que pasar la sagrada fiesta lejos de la familia.

NOGALESSON- Llegaron a esta ciudad desvalidos como el Niño Dios Migrante en aquella noche del 25 de diciembre de hace 2019 años, y Don Francisco les dio techo y comida. 

En el Albergue de San Juan Bosco 235 migrantes se quedaron “atorados” y tuvieron que pasar la sagrada fiesta lejos de la familia, y en sus rostros se retrataba la tristeza que tanto retratan los poetas en sus canciones.

Fue una cena de Navidad sin alegrías, sólo caras serias, y algunas lágrimas que mojaban el pan de la cena... aun cuando se estaba celebrando el día más feliz de los cristianos, que es el Nacimiento de Jesucristo.

En ese albergue los migrantes cubanos, venezolanos, chiapanecos, guerrerenses, y de cualquier parte del mundo, tienen comida, baño y una cama caliente donde dormir.

Y no es de ayer, la misión de Don Francisco Loureiro y Doña Gilda Esquer de Loureiro comenzó hace 34 años y han derramado sus dones a cientos de miles de personas que pasan por Nogales.

En punto de las 22:00 horas la familia Loureiro comenzó a servir la cena, mientras los migrantes comenzaron a desfilar por turno. Las mujeres y los niños primero.

La doctora del albergue, Stephanie, nieta de don Francisco ayudó a servir la mesa, al igual que Hiram, Juan Francisco, Natalie, Grecia, Norma, Francisco, Lucía, todos nietos, sobrinos, hermanas de Don Francisco; con el apoyo de José Arvizu y el Polo Hernández, ya experto cocinero. 

Todos como familia han mantenido esta obra de Dios entre los migrantes que cruzan por Sonora... Algunos son deportados, otros mueren en el desierto y muchos logran el éxito del sueño americano.

“A veces se van y me dicen: en 3 días le llamaré de Nueva York... ¡Y me llaman! Gracias a Dios”, dice Don Francisco Loureiro. 

Don Francisco bendijo los alimentos y les dio ánimos, con esa paz espiritual que refleja su ya cansado cuerpo. “Ustedes son nuestros héroes anónimos, por que con su esfuerzo mantienen la economía de nuestro querido México, y nadie se los reconoce”, comentó. 

Les recordó que son los migrantes quienes mandan miles de millones de dólares a México cada año, salvando así la economía de sus familias.

Les leyó un pensamiento: “Si nos rendimos cada vez que se presenten las dificultades nunca ganaremos nada que valga la pena, pase lo que pase continúa y no te rindas por que el tiempo convierte lo imposible en posible”.

“Hoy compartimos esta cena, la alegría de nosotros es tenerlos a ustedes como invitados de honor, que siempre buscan la manera de ser mejores”, comentó Don Francisco Loureiro. 

“No se rajen, somos mexicanos, y los mexicanos nos doblamos, pero  nunca nos rajamos”, les dijo mientras prorrumpían en aplausos. 

El platillo que se sirvió fue pierna, sopa, frijoles y pan, todo muy sabroso, pero aun esto no alivió la tristeza de los migrantes que comieron en silencio.

Solamente los niños con su inocencia rompían la monotonía, ya sea con llantos, ya con risas. No hubo regalo que pudiera consolar a sus padres, pero la familia Loureiro les dio techo y comida, como al Niño Dios que llegó de migrante a Belem hace más de dos mil años.

Los más de 200 migrantes poco a poco fueron saliendo de la capilla o de los dormitorios, para cenar y charlar. 

El drama de los migrantes es evidente, y se refleja en esos rostros preocupados, sin paz, sin alegría, con la incertidumbre de no saber dónde van a parar sus vidas.