"Nunca pude decir, ¡Amá, voy tarde a la escuela!", Don Gonzálo trabajó desde niño para ayudar a su familia
Don Gonzálo, quien vive en el asilo “Juan Pablo ll”, cuenta que nunca tuvo la dicha de decirle a su madre ¡Ya voy tarde a la escuela! al contrario le decía; amá ya es tarde, no hay nada que comer, voy a ver qué consigo”.
HERMOSILLO, SON.- Don Gonzálo Rubio Cota, quien vive en el asilo “Juan Pablo ll”, cuenta que nunca tuvo la dicha de decirle a su madre ¡Ya voy tarde a la escuela! al contrario le decía; amá ya es tarde, no hay nada que comer, voy a ver qué consigo”.
Aunque confiesa que le gustaría regresar a los tiempos de cuando laboraba en las obras de construcción, a sus 85 años se siente satisfecho por la vida que vivió.
Su infancia no fue tan buena por tener que trabajar desde los 7 años de edad, para ayudar a su madre y hermanos.
Originario de Cócorit, uno de los ocho pueblos de la etnia Yaqui, Gonzálo Rubio llegó a la ciudad Hermosillo casi recién nacido, junto con sus hermanos fue criado en la ciudad capital.
Don Gonzálo recordó que su infancia fue muy difícil, ya que no tuvo la oportunidad de estudiar debido a que desgraciadamente su padre no fue un hombre muy responsable, fue entonces que a la edad de 7 años comenzó a vender periódicos como el Heraldo y el Pueblo, vendía lo que él podía, como cacahuates, chicles, naranjas, hasta empanadas.
De bolero a mandadero
Después que vendía periódicos iba a “dar bola” para sacar más dinero y mantenerse, llegaba a las casas del Centenario de la colonia Pitic a ofrecerse como bolero, relató que se hacía de 10 o 15 pares de zapatos, luego comenzó a trabajar a una casa de mandadero y en esa época se ganaba 1.5 pesos.
“Hacía mandados a una señora, me soltaba temprano porque le decía que iba a ir a la escuela pero la verdad es que iba a buscar otros trabajos para que no le faltara nada a mi mamá que trabajaba de cocinera en este asilo (Juan Pablo ll).
No tuve esta dicha de decirle a mi madre ¡Amá ya es tarde voy a ir a la escuela! al contrario le decía; amá ya es tarde, no hay nada que comer para echarse al estómago voy a ver qué consigo”, comentó.
Años después se encontró con unas monjas que le compraban empanada que él vendía y a su vez le ayudaron a leer, escribir y algo de matemáticas.
Cuando creció su vitalidad y energía la concentraba en los cuidados de su madre, describe que no tuvo suerte para las mujeres. “no pensé en qué podría yo alegrar más mi vida con una compañera, no le di prioridad a tener una pareja en esos tiempos”, explicó.
Lo más difícil
Luego de la muerte de su madre entró a trabajar en construcción y desde que iniciaba su jornada laboral empezó a tomar, aunque nunca lo corrieron del trabajo el alcohol lo afectó tanto que fue a dar al hospital.
También relata una de las épocas más difíciles de su vida, cuando llegó a dormir en un panteón, se había quedado en la calle, sin un hogar donde vivir, en una ocasión intentó quitarse la vida a consecuencia de los problemas por los que pasaba.
“Del panteón Yáñez me levantaba, me mojaba la cabeza y me iba al mercado número dos, tomaba una taza de café con un pan y me iba a trabajar. Hasta que unos vecinos se dieron cuenta y el de seguridad me dijo que no me podía quedar a dormir ahí”, afirmó.
Unos vecinos del panteón observaron que estaba durmiendo ahí, fueron y le hablaron, le propusieron irse a otro lado en el que no correría peligro fue entonces que llegó el asilo “Juan Pablo ll”, donde lleva 10 años viviendo, sus familiares ya no lo volvieron a buscar pero se siente contento y tranquilo en el lugar donde está.
Cuando recién llegó, tenía actividades con derechos humanos donde enseñaba a los niños y niñas en sus escuelas el respeto de antes. Gonzálo tuvo tres hijos pero las circunstancias no permitieron que los pudiera ver, actualmente confiesa que se siente muy bien físicamente, convive con todas las personas que están en el asilo y bromea con sus compañeros a los cuales quiere mucho.