Dr. Jekyll y Mr. Hyde, la dualidad del inquilino de Palacio

"Dr. Jekyll y Mr. Hyde, la dualidad del inquilino de Palacio", escribe Salvador García Soto en #SerpientesyEscaleras

Como si hubiera tomado la poción creada por el Dr. Jekyll y hubiera sacado al Mr. Hyde que lleva dentro, el viernes en su conferencia mañanera, Andrés Manuel López Obrador nos dio una muestra bastante clara del trastorno de personalidad múltiple o disociativo de la identidad del que trataba la famosa novela de Robert Louis Stevenson. En cuestión de minutos, el Presidente pasó ayer viernes de ser, en sus propias palabras, un gobernante respetuoso que dice "no intervenir en asuntos de otros poderes" y que garantiza "la libertad y el derecho a disentir", a cuestionar y a acusar públicamente a cuatro ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por no apoyar con sus fallos judiciales su "proyecto de transformación" y a decir que se equivocó al postularlos y que se arrepiente.

"Dije, voy a tener oportunidad de proponer a ministros, hice mi cuenta, más los que estén ahí, decentes, pues puede ser que logremos tener mayoría, no para que me apoyen en abusos, sino para reformar el Poder Judicial y que realmente haya justicia en México y, ¿qué creen? Me equivoqué", dijo ayer López Obrador al referirse a los juristas Juan Luis González Alcántara, Margarita Ríos Farjat, Jazmín Esquivel Mossa y Loretta Ortiz Ahlf, a quienes le tocó proponer al Senado, cuya mayoría los votó y los eligió para ser ministros de la Suprema Corte.

¿En qué momento el Presidente pasó de ser Jekyll el que respeta a los poderes y no se mete en sus decisiones internas, al tiempo que garantiza que todos los ciudadanos, incluidos los representantes del Poder Legislativo y Judicial expresen libremente sus posiciones y opiniones aun cuando estas disientan del proyecto político gobernante? En el momento en que apareció el sádico y perverso Mr. Hyde para descalificar a cuatro ministros del Poder Judicial Federal porque "ya no están pensando en el proyecto de transformación y en hacer justicia" y "actúan más en función de los mecanismos jurídicos".

Pero luego de revelar públicamente su doble identidad, el Presidente se da cuenta y trata de rectificar volviendo a la prudencia y la moderación: "Yo respeto eso, porque pues, yo propongo, pero no quiero tener incondicionales, yo quiero que haya mujeres y hombres libres, conscientes y que cada quien asuma su responsabilidad"; pero otra vez aflora su personalidad autoritaria y se lamenta de que "ya nos cuesta trabajo contar con cuatro de los 11" ministros de la Corte para que voten en el sentido que él quiere en el próximo debate que el lunes 5 de septiembre tendrá el pleno de la Corte sobre la constitucionalidad de la prisión preventiva oficiosa, algo que su gobierno ha pedido que no se elimine y que se mantenga como condición toral de su estrategia de seguridad.

Las declaraciones de ayer del Presidente resultan reveladoras porque lo dibujan, en sus propias palabras, de cuerpo entero. Y no es que López Obrador sea el primer Presidente que presiona a ministros de la Corte o que intenta obligarlos a votar sentencias a modo para su gobierno. Todos los presidentes de la era reciente, desde que Ernesto Zedillo reformó al Poder Judicial, desintegró a la Corte anterior e integró una nueva en 1995, han ejercido la facultad constitucional de proponer a juristas que consideren "cercanos o afines" a su proyecto político con la idea de que, una vez en la Corte, les profesen lealtad y los ayuden con sus votos. Algunos mandatarios incluso lo consiguieron, otros amenazaron y presionaron en privado a los ministros cuando éstos decidían libremente su voto, pero sin duda, ningún Presidente de la República había hecho pública su “decepción” y descalificación del trabajo de los integrantes del Poder Judicial porque no respondieron a sus expectativas en materia política.

¿Qué pretende el titular del Poder Ejecutivo al descalificar primero a "la mayoría de los integrantes del Poder Judicial" y acusarlos de ser inmorales, de "no caracterizarse por su honestidad" y "no resistir cañonazos ni tentaciones" y luego exhibir y exponer públicamente a los cuatro ministros que él creía afines e incondicionales por haberlos propuesto para el cargo, acusándolos de no apoyar su "proyecto de transformación" por favorecer "razonamientos jurídicos"? Sin duda lo que busca López Obrador es aumentar el nivel de presión sobre esos y los otros ministros para que, si no puede evitar que voten por la eliminación de la prisión preventiva obligatoria el próximo lunes, al menos aumentarles el costo político y social de su decisión.

A los ministros y ministras González Alcántara, Ríos Farjat, Esquivel Mossa y Ortiz Ahlf los expone a que sus hordas de seguidores, incluidos bots y fanáticos en redes, Internet y medios, los ataquen, cuestionen y descalifiquen por "traidores" al movimiento de la 4T y al resto de los siete ministros, que no fueron propuestos por él, incluido el actual presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, a quien tanto defiende y pondera, los coloca en la duda y la sospecha de que sus fallos estén motivados por todo tipo de razones, pero no por "la justicia" tal y como la concibe el gobernante en turno.

La historia que ha hecho pública el ministro presidente Zaldívar, de cómo el presidente Felipe Calderón lo presionó y hasta lo amenazó veladamente a través de su entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, para que modificara su proyecto de sentencia sobre la tragedia de la Guardería ABC en 2010, en el que fincaba responsabilidades penales ascendentes a los directores del IMSS, Daniel Karam y Juan Molinar Horcasitas, al gobernador de Sonora Eduardo Bours y al alcalde de Hermosillo, Ernesto Gándara, hoy no pierde gravedad pero parece anecdótica y al fin privada, frente a la queja pública y la descalificación y decepción que dice sentir el presidente López Obrador por los cuatro ministros que él propuso y que no le han demostrado la lealtad política que él esperaba.

En la novela de Stevenson, las dos personalidades del Doctor Jekyll afloran primero de manera controlada por la pócima que le permite al científico transformarse de ser un hombre de ciencia educado y respetuoso a volverse un hombre perverso, deforme y que termina siendo un asesino. Pero conforme avanza el tiempo de la historia, la personalidad mala de Mr. Hyde comienza a dominar al doctor y le va arrebatando el control hasta que logra dominar y prevalecer la maldad sobre la bondad en el personaje de ficción. Dicen que la realidad supera a la ficción y parece que eso está ocurriendo ya en Palacio Nacional.