Marcha de Estado vs. marcha ciudadana

"Marcha de Estado vs. marcha ciudadana", escribe Salvador García Soto en #SerpientesyEscaleras

En una decisión tan irresponsable como peligrosa, el Presidente ha decidido retar a los ciudadanos que salieron libremente a expresarse a las calles el domingo 13 de noviembre en contra de sus ambiciones de control sobre los órganos electorales. Empujado por la ira que le provocó el rechazo ciudadano a sus iniciativas y a su estilo personal de gobernar, López Obrador hizo a un lado su investidura de "Presidente de todos los mexicanos", para ponerse la banda de jefe político de su partido y salir a marchar, al frente de sus seguidores, simpatizantes y militantes, en una movilización que utilizará los recursos y el aparato del Estado para un triple propósito: sobarle y levantarle el ego al Presidente; tratar de competir y rebasar a la marcha ciudadana; y arrancar formalmente la campaña oficialista por la Presidencia en 2024 y su continuidad en el poder.

Dicen que uno siempre vuelve a sus orígenes y, el domingo 27, Andrés Manuel regresará a lo que es y ha sido siempre su esencia: la del líder callejero y social, activista político y dirigente de masas más que gobernante o estadista. Esa mañana en el Paseo de la Reforma veremos a un López Obrador que revive al líder incendiario que tomó esa misma avenida en 2006 y que 16 años después, aun cuando ya es Presidente y logró llegar a la silla, sigue marchando, pero ya no como opositor agraviado, sino como Presidente alabado por sus huestes y ensoberbecido de poder.

Porque no hay duda que, con la fuerza del Estado y los recursos públicos le llenarán a AMLO no sólo Reforma sino el Zócalo, lo mismo con cuotas de acarreados que ya se aprestan a mandar los 21 gobernadores morenistas y la Jefa de Gobierno en miles de camiones que llegarán desde toda la República, que con la nueva versión del viejo corporativismo priista, ahora revivido por la 4T, y que ya alistan contingentes sindicales, organizaciones clientelares y populares "para la defensa del Presidente".

Será un intento burdo por emular "la marcha del Progreso" con Lázaro Cárdenas en 1938; o "la marcha por la Nacionalización de la Banca" con José López Portillo en 1982, con la diferencia de que en esas dos movilizaciones de las "fuerzas revolucionarias" y priistas salían a marchar corporativamente para defender acciones y decisiones concretas de esos gobiernos, mientras que ésta del lopezobradorismo no busca más que la revancha, inflarle el ego al Presidente y de paso confrontar y descalificar a los ciudadanos que protestaron contra una reforma electoral que nunca tuvo mayoría y nació muerta en el Congreso.

La orden de movilizar la estructura nacional de Morena y al aparato público y político del Gobierno federal y los gobiernos estatales y municipales del oficialismo es un mero capricho del Presidente que sintió herido su orgullo de "líder amado por el pueblo" al ver que no todo ese pueblo que él dice representar está de acuerdo con él ni aprueba sus excesos y ambiciones de control y de poder. Es también un berrinche porque los ciudadanos que salieron masivamente el domingo pasado, si bien fueron convocados por organizaciones y liderazgos opositores al Gobierno, al final rebasaron con mucho a los convocantes y representaron una ola imparable de inconformidad y hartazgo hacia los desplantes y ataques presidenciales.

A López Obrador le caló y le enojó mucho que en su principal bastión, la Ciudad de México, a la que él considera su juguete, donde creció y se proyectó su figura política y su liderazgo popular y que además es gobernada por su "corcholata" favorita a la Presidencia, Claudia Sheinbaum -también exhibida y rebasada por más de 250 mil capitalinos-, haya sido el principal escenario y foro en el que se expresó la inconformidad en su contra. Y que hayan sido precisamente las imágenes de la marea humana y ciudadana que inundó el Paseo de la Reforma las que se hayan reproducido en todo el mundo para cuestionar y rechazar su intento de apropiación de los órganos electorales y la manipulación de las elecciones y la democracia mexicanas.

Por eso cual emperador o autócrata alzó la mano y lanzó la consigna para que el aparato político y de Estado se moviera a su orden y salieran a las calles a aclamarlo y vitorearlo, para demostrar que, aun cuando haya una buena parta de sus gobernados que lo denuncian y le quieren poner freno, también hay las hordas de leales, incondicionales y fanáticos que saldrán a gritarle eso que tanto le endulza sus oídos de líder demagogo y carismático: "Es un honor, estar con Obrador".

El Presidente quiere medirse con los ciudadanos para ver "quién la hace (o la tiene) más grande" y si bien su fuerza como gobernante y como jefe del Estado y del partido oficialista es indudable, y se mostrará el 27 de noviembre el músculo del poder con el que quiere aplastar la inconformidad ciudadana, la apuesta de López Obrador es doblemente riesgosa: primero porque divide, separa y confronta aún más a los mexicanos, a los que él distingue entre leales y disidentes, y segundo porque no hay ningún gobernante, por dictador, autoritario o poderoso que fuera, que haya logrado hasta ahora frenar a una sociedad enojada e inconforme. Algunos tiranos pudieron contener las olas de la inconformidad y la protesta por siglos, otros por décadas y algunos solo por años, pero al final, las luchas ciudadanas, incluso en México, siempre derrumbaron a quien pretende negar la diversidad de pensamiento y el derecho a la disidencia.