Dudar

"Dudar", escribe Arnoldo Kraus en Colaboración Especial.

Dudar es privilegio y obligación. Dudar de uno mismo primero y después del entorno. Autocuestionarse es sinónimo de movimiento. La “demasiada” certidumbre conlleva anquilosis. Quien se cuestiona, hurga y descubre. Autointerrogarse es necesario. Hacerlo mueve; no hacerlo retrocede. Dudar siembra; sus frutos son una suerte de antesala personal donde reflexionar, aceptar o descartar son espacios bienvenidos. No incluyo en este pequeño texto la “duda patológica”, aquella cuyo derrotero es cuestionar todo sin conocer lo suficiente, sin invocar el valor del diálogo: concordar o rechazar. Quienes “más saben” y cuentan con información, conocimiento y con suerte sabiduría suelen ser, la mayoría de las veces, sujetos prontos al diálogo. No ignoro que, durante el nazismo, alemanes cultos mataban por la mañana y en la tarde se regocijaban con Schiller o Beethoven; tampoco olvido, inter alia, entre otros avatares, la actitud del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de Literatura, a quien se le ha acusado de racista como consta en su tesis El problema social del indio (1925). El trinomio, información-conocimiento-sabiduría, representa el clímax de quien estudia y goza del privilegio de la frase que por trillada no pierde vigencia: saber que no se sabe es necesario.

Las ideas anteriores desembocan, obligatoriamente, en los políticos y sus aliados creacionistas: ¿Maduro?, ¿Bolsonaro?, ¿López Obrador?, ¿Sarah Palin?, ¿Trump?, ¿Ortega y su esposa Rosario?, así como Putin, quien antes de enfrascarse en la lucha contra Ucrania y sus connacionales, afirmaba que el cambio climático es un fraude occidental cuyo fin es frenar el desarrollo industrial de países como Rusia. Inadecuado soslayar al grupo in crescendo de creacionistas cuyas certezas sepultan cualquier duda en relación con la participación del ser humano como promotor del cambio climático. Las elucubraciones anteriores devienen diatribas añejas quizás imposibles de vencer: ¿se puede hacer “algo” contra tanta estulticia, incapacidad intelectual y contumacia? La pregunta no es tendenciosa, es real (acepto y doy la bienvenida a comentarios adversos a mi inquietud).

Dudar debería ser hábitat natural del pensamiento. Mundo y sociedad requieren preguntas. Mirar y pensar en la situación actual de la Tierra siembra desasosiego. Dudar sobre el futuro de nuestra casa y buscar fórmulas para desbarrancar a algunos cretinos es necesario. Por ahora, dudar ha sumado algunos éxitos: quizás Bolsonaro pierda, amén de las destituciones de Boris Johnson (Inglaterra) y Benjamín Netanyahu (Israel) gracias a las dudas y encono de la población.

Cuestionar es materia humana. Hacerlo desde la infancia debería ser objetivo familiar y escolar. Leer más allá de las palabras en ocasiones inquieta, otras veces arropa. Lo he escrito más de una vez: 1 + 1 no siempre es, ni debe ser, 2. Leer historias dentro de otras historias es oficio de quien pregunta y se pregunta.

Dudar y cuestionar podría ser oficio de quien ha tenido la oportunidad de observar el curso del mundo o de estudiar y disecar la naturaleza de la realidad; nadie tiene derecho de acallar las voces que cuestionan: la Tierra, cada vez más poblada, alberga, mientras envejece, mayores diferencias y tristezas inenarrables. Bien lo dice Bertolt Brecht en el poema Loa de la duda, cuyos versos iniciales invitan: “Son los irreflexivos los que nunca dudan. / Su digestión es espléndida, su juicio infalible. / No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. / Si llega el caso, son los hechos los que tienen que creer en ellos”. Brecht reta. Los dueños del mundo no carecen de juicio, tienen certezas: su juicio es infalible.

Arnoldo Kraus, Médico y escritor