El año que viviremos peligrosamente

"El año que viviremos peligrosamente", Escribe Arturo Sarukhan en #ColaboraciónEspecial

El mundo ha entrado en un nuevo momento de construcción del orden internacional, no muy distinto a lo ocurrido en la era posterior a la Primera Guerra Mundial. Al igual que la década de 1920 que inauguró un momento de cambio vertiginoso y peligroso al interior de las naciones y de fluidez y reconfiguración del equilibrio de poder global, un siglo después la década de 2020 vuelve a estar marcada por esos vectores de transformación. Los acontecimientos de 2023 en particular sugieren que el sistema mundial ha entrado en un intenso y volátil período de transición estructural que reordenará la geopolítica, el poder y las relaciones internacionales. La agresión de Rusia a Ucrania continúa, una nueva guerra fría de baja intensidad entre China y EU persiste, conflictos congelados se han reavivado en lugares como el Medio Oriente o el Cáucaso, los golpes de Estado volvieron a ser algo recurrente en África y aumentaron tensiones transfronterizas, como en los casos de China y Filipinas, Serbia y Kosovo o Venezuela y Guyana. Y todo se da en el contexto de una paulatina transición de la unipolaridad estadounidense hacia las policrisis y la multipolaridad en la seguridad, la proyección del poder y la gobernanza globales: una complicada batalla por la influencia entre Washington y sus aliados y socios, por un lado, y potencias revisionistas o revanchistas como China y Rusia, respectivamente, por el otro. Y en medio de esta dinámica, una plétora de actores no estatales, así como una serie de naciones pivote -en su mayoría con poder y proyección regional propias- que actúan de manera más audaz o agresiva y que se alinean -o no- a la carta para maximizar sus propios intereses.

Pero nada de lo que ocurra en 2024 se compara con lo que está en juego en EU, o tendrá implicaciones y consecuencias tan severas para el mundo -y ciertamente para México- como la elección presidencial en noviembre. Si a ello agregamos decisiones de política pública anunciadas por Trump que impactarían de manera frontal y existencial a México en caso de que éste llegase de nuevo a la Casa Blanca, a decir: la expulsión de 5 millones de mexicanos indocumentados, la aplicación de aranceles del 20% a todas las importaciones estadounidenses o el uso unilateral de la fuerza en territorio mexicano para detener el trasiego de fentanilo, la amenaza para México se yergue como nunca antes y por ende no puede ni debe minimizarse.

Quizá lo más importante de la prospectiva y planeación en materia de política exterior es no obcecarse por la pregunta generalmente estéril del “¿qué pasará?”, sino más bien enfocarnos en la pregunta más relevante del “¿qué haríamos si eso ocurre?”. En México no parece haber caído el proverbial veinte -ni en el gobierno ni en las dos campañas presidenciales ni en el sector privado- de que ante la posibilidad de un triunfo de Trump en 2024 hayamos precisamente transitado ya del “te imaginas si ocurriera” al “qué hacemos si ocurre”, abre un reto mayúsculo para el país, para su agenda con EU y para su bienestar, prosperidad y seguridad. Quienes en nuestro país buscan normalizar o minimizar los efectos de una nueva presidencia de Trump, ¿seguirán en lo suyo? Es tiempo de abrir los ojos y preparar el “Plan B” ante ese escenario. Hacerlo en un país con condiciones de liderazgo y visión presidenciales mínimamente normales sería ya de por sí un reto. Pero hacerlo con un presidente sin brújula geopolítica o moral, que le ha pintado el dedo a la política exterior, que no entiende EU ni la política estadounidense o los resortes entreverados de la relación bilateral, es un obstáculo mayúsculo.