La frontera está adentro

"La frontera está adentro", escribe Catalina Pérez Correa en #ColaboraciónEspecial

Este verano viajé con mi familia a Estados Unidos. Viajamos en auto hasta la frontera. Vimos varios convoyes militares, con jóvenes armados viajando en enormes camiones verde olivo. Entre nuestra casa y la frontera, cruzamos varios retenes. Largas filas de vehículos se formaban para ser inspeccionados visual o físicamente. En algunos, sólo nos hicieron una señal con la mano para seguir adelante. En otros, nos preguntaban de manera reiterada nuestro destino, oficio y procedencia antes de dejarnos pasar. En uno de los retenes nos pidieron descender del vehículo, abrir la cajuela y bajar algunas maletas. “¿A dónde van? ¿A que se dedican? ¿De dónde vienen?”, nos preguntó el militar.

En uno de los estados por los que pasamos -sobre una carretera federal- nos detuvo otro retén de entre 20 y 25 hombres armados, vestidos de camisas negras y pantalón beige. Algunos traían gorras, otros lentes oscuros o telas para cubrir la boca. Cruzamos sin siquiera abrir la ventana cuando el que parecía a cargo nos hizo un gesto de “avance” con su mano. No vimos en aquel retén ningún coche oficial ni logos de identidad claros sobre la ropa o gorras que portaban. Por ahí alguno de los hombres portaba una gorra con el escudo nacional y la leyenda “Sinaloa”, pero ese ajuar no era claro ni consistente. Otro traía un bordado en el pecho izquierdo de su camisa. Nos alejamos de ahí sin saber bien a bien si los hombres de aquel retén eran autoridades (del Estado mexicano).

Llegando a la garita en la frontera y luego de la larga fila de espera, se nos acercó un oficial mexicano para revisar nuestros documentos. Después pasamos con un oficial de migración de Estados Unidos, quien también revisó los documentos. Cerca de ahí salían las personas que habían cruzado a pie. “Nos tomó como 4 o 5 horas”, nos dijo una señora a quien le pregunté. La sensación de viajar hacia la frontera, es una de estar bajo constante vigilancia.

Cuento esto por el claro contraste entre viajar al norte e ingresar a Estados Unidos, y volver a México. Para ingresar a México, prácticamente no se requiere nada. Un alto momentáneo, un aparato que tomó una foto del vehículo y un letrero verde de “siga” en una pantalla. Nadie revisó pasaportes ni hizo preguntas. Nadie siquiera vio cuántas personas viajaban en el vehículo.

La frontera existe, pero sólo de norte a sur. Por el norte, puede entrar lo que sea a México. Mientras el gobierno de Andrés Manuel López Obrador demanda en tribunales a las empresas de armas norteamericanas por no hacer nada para evitar el tráfico ilícito del plomo, el río de armas entra al país con un gesto de “avance”. Es evidente el lucro que nuestra guerra representa para la industria armamentista, pero la demanda legal en su contra no es más que un gesto. Nada parece hacer el gobierno mexicano para evitar que las armas entren a nuestro territorio. En cambio, mucho invierte para evitar que las drogas o migrantes lleguen allá. La primera prueba que pueden ofrecer las empresas de armas demandadas durante el juicio, es la indolencia del gobierno mexicano cuando de cuidar sus fronteras se trata. El dicho dice que “nadie sabe para quién trabaja”, pero la verdad es que cruzar la frontera de ida y vuelta deja muy claro para quién trabaja el Estado mexicano en lo que a seguridad respecta... y no es para los mexicanos.

Catalina Pérez Correa

Twitter: @cataperezcorrea

Profesora investigadora del CIDE