¿Por qué la gente se niega a quedarse en casa?
Durante los últimos seis meses no ha habido un asunto más presente en nuestras vidas, en los medios de comunicación y en los discursos políticos que la emergencia sanitaria, económica y social por COVID 19.
Durante los últimos seis meses no ha habido un asunto más presente en nuestras vidas, en los medios de comunicación y en los discursos políticos que la emergencia sanitaria, económica y social por COVID 19. Parece imposible que alguien se sustraiga a la preocupación por la enfermedad y por los efectos de la paralización generalizada a consecuencia de la cuarentena.
El aislamiento social es la estrategia central de la autoridad sanitaria para reducir los contagios; “Contra el coronavirus… ¡Quédate en casa!”; “Si te cuidas, nos cuidamos todos”; “No estas encerrado en casa… estás seguro”. Parece un mensaje claro, contundente. Quedarse en casa para protegerse, para mantenerse lejos del riesgo, para vivir. Y sin embargo, con frecuencia se denuncia en periódicos y en redes sociales a quienes se comportan como si no pendiera el peligro sobre ellos y sus familias: gente haciendo fila por pizzas o cervezas; gente en las calles sin cubrebocas o asistiendo a fiestas clandestinas.
Sonora es el tercer estado del país con la mayor tasa de contagios en esta pandemia, sólo superado por la Ciudad de México y Tabasco. Para el 2 de agosto, acumulaba 20,473 casos confirmados, de los cuales el 73.21% se ubican en plena edad productiva (entre los 20 y los 59 años) y el 24.42% en los 60 años o más. Con esta situación de riesgo ¿por qué hay personas que se niegan a quedarse en casa?
Algunos especialistas en psicología explican estos comportamientos a partir de actitudes como el egoismo y la falta de empatía favorecidos por una socialización que privilegia la individualidad, por sobre el sentido de colectividad. La población que se preocupa por la crisis sanitaria califica a las personas con conductas negacionistas del riesgo como “irresponsables”, “necios” o “ignorantes”. Los enfoques cognitivos sobre el comportamiento humano suponen que frente a los peligros las personas actúan racionalmente: perciben el riesgo, lo comprenden, hacen juicios sobre las posibilidades de ser afectados y toman decisiones. Pero esta explicación no toma en cuenta la dimensión social del riesgo.
La noción de riesgo es un construcción social; se aprende en nuestros grupos de pertenencia en una combinación de influencias históricas colectivas e individuales. Sin afirmar un determinismo absoluto de la cultura o negar la capacidad de agencia de los individuos, es necesario considerar que ante los peligros los individuos no hacen elecciones independientes, sino que se ven influidos por los marcos sociales y culturales donde han aprendido a interpretar los riesgos; entre esas interpretaciones destaca que los riesgos se piensan en futuro y eso les da un tinte de irrealidad. Es un debate interno entre el presente (con sus demandas urgentes o sus promesas de satisfacción inmediata) y un futuro lejano que tal vez no suceda.
Además, los individuos tienden a subestimar los riesgos, especialmente los que suceden rara vez o aquellos que se suponen lejanos a nosotros (“No conozco a nadie con COVID”; “A mí no me va a pasar”). Esta inmunidad subjetiva es un mecanismo adaptativo que permite que las personas se mantengan serenas en medio de los peligros y evita la parálisis frente al miedo. Esta estrategia es vital en un mundo plagado de potenciales daños imperceptibles frente a los cuales se juegan decisiones cotidianas con altos grados de incertidumbre.
Finalmente, en muchos contextos la prevención de riesgos es un lujo ¿quién se puede quedar en casa? ¿quién tiene los referentes informacionales para comprender la forma como los expertos conceptualizan los riesgos? ¿quién compra seguridad bajo la forma de tecnologías sanitarias de protección? Las personas toman más riesgos cuanto más sus grupos de pertenencia están sometidos a los efectos acumulativos de una vida precaria. Los riesgos no se distribuyen uniformemente; de hecho, esta sociedad desigual reparte los riesgos en sentido inverso a como reparte la riqueza y el bienestar, y el COVID ha intensificado las enormes desigualdades que nos rodean.
Rocío López Lara
Estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales, Línea Estudios en Salud y Sociedad
El Colegio de Sonora