Echa pólvora sin esconder la mano
Echa pólvora sin esconder la mano, escribe Carlos Marín #ElAsaltoALaRazón
El asedio a la UNAM se torna explosivo con el azuzamiento a su comunidad para que se manifieste de manera tumultuaria, lo que agudiza la insolente intromisión en la mejor institución iberoamericana de estudios superiores.
Sin osar proponer la muerte de la autonomía y la libertad de cátedra ni demostrar la falaz “derechización” de su repudiada alma máter, el poder de los poderes no sólo recurre a sectarias generalizaciones, sino arguye medias verdades y mentiras completas, anticipa vísperas del cambio de rector y aprovecha los días de las delicadas negociaciones salariales.
Al asedio de una semana, López Obrador añadió ayer el azuzamiento a estudiantes, académicos y trabajadores para que hagan “una manifestación pacífica; que dejen atrás la desidia, la comodidad y, aunque sea en contra de nosotros, se manifiesten…”.
Memorioso, recordó que el chileno Salvador Allende dijo: “Ser joven y contrarrevolucionario es una contradicción hasta biológica” pero, convenientemente desmemoriado, calló el remate de lo dicho por el visitante en Guadalajara: “Las revoluciones no pasan por las universidades…”.
A su provocación se sumó la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum.
Ninguno de los dos ha superado que a finales del siglo XX se intentó cobrar cuotas en la UNAM pero, si tanto (como la Conquista de hace 500 años) les agravia un pasado polvoriento, debieran reprochar también los abortados acuerdos McLine-Ocampo del siglo XIX, donde Benito Juárez aceptaba partir en dos el país para que el ejército de los Estados Unidos “custodiara” el ferrocarril en el Istmo de Tehuantepec.
AMLO vuelve a evocar, tergiversándolo, el mitin de Cuauhtémoc Cárdenas en Ciudad Universitaria el 23 de junio de 2000:
“Y no se me va a olvidar que (…) se hizo una manifestación enorme (…) y yo tenía información, porque estaba manejada la UNAM por porros que estaban en contra nuestra (…). Me bajo de la tarima (…). Apenas terminaba el acto y empiezan a tirar bombas molotov y van sobre donde estaba estacionado el carro, a buscarme, a agredir. Afortunadamente me dio tiempo de subirme al carro y me salí. Un gran conflicto, una gran provocación montada…”.
Sin embargo, en La Jornada (el diario en que más confía) del día siguiente ninguno de los reporteros Juan Antonio Zúñiga, Elena Gallegos, Fabiola Martínez, Ricardo Olayo, Karina Avilés o Roberto Garduño registró lo que AMLO afirma hoy: en sus detalladas crónicas y notas informativas (casi 30 mil caracteres en seis o más páginas ilustradas en que López Obrador tiene solo dos menciones), lo que contaron fue que el alboroto lo armó “lo que queda del CGH” con “un contingente no mayor a 500 personas” pero que, “cuando lograban sobresalir, sus voces quedaban ahogadas por el grito ¡Cuauhtémoc, Cuauhtémoc, Cuauhtémoc! de “50 mil” simpatizantes, así como que en el desmadre lo único que estalló fue “un cohetón” (pero a lo lejos), y que la UNAM reportó 18 lesionados.
“Todo pasó una vez que se acabó el mitin…”.
¿Para qué diablos mentir?