Vecinos por un rato
El autor es Maestro en Educación y profesionista independiente.
Existe una hermosa canción llamada Coincidir.
Una obra magistral, la verdad, de dos compositores mexicanos: Alberto Escobar y Raúl Rodríguez.
Mi ausente amigo Antonio Sánchez Ibarra, a quien recuerdo con mucho cariño todos los días, compartía mi opinión de que era una gran obra, y llegamos a cantarla juntos en varias ocasiones; yo haciendo el ridículo, por supuesto, y él tocando con maestría las congas.
El inicio de la canción es fulminante: “Soy vecino de este mundo por un rato”.
La frase sintetiza lo que todos deberíamos tener siempre presente: Sólo se vive una vez y nuestra presencia física en este planeta es pasajera.
Con eso en mente, deberíamos ser más conscientes de nosotros mismos y de la naturaleza que está a nuestro alrededor; pero lo cierto es que hacemos todo lo contrario.
No sólo demostramos un desdén hacia nuestro entorno sino que además tampoco hemos aprendido a ser vecinos de nuestros semejantes.
Las razones de lo anterior son dos: el egoísmo y la falta de educación.
Estamos tan enfocados en nuestra propia supervivencia que en ocasiones cerramos los ojos al sufrimiento de los demás.
No tiene nada de malo el priorizar lo personal por sobre otros asuntos; pero sí lo tiene cuando usamos nuestra energía para lo mismo todos los días y no hacemos otra cosa más que pensar en ello.
Todos necesitamos de todos, aunque no lo parezca.
¿A cuántos vecinos conoce en la calle donde usted vive?
¿Dos, tres, siete?
¿De cuántos de ellos tiene sus números telefónicos para casos de emergencia?
Cuando la falta de educación se combina con el egoísmo, el resultado se antoja insatisfactorio para todos, y está claro que la sociedad en su conjunto paga las consecuencias.
En todas las colonias de Hermosillo hay vecinos incómodos; incluso debe conocer algunos.
Puedo asegurar que todos ellos comparten la misma escencia: gandallismo, bajo un halo de impunidad.
Seguramente se trata del vecino que tomó desde centímetros a metros un espacio que no es de él; invade la banqueta con su cochera; saca la basura en los días que no corresponde y lo hace en bolsitas; hace fiestas sin pedir consentimiento o pone la música a todo volumen los fines de semana; en la casa donde vive hay prácticas no muy sanas ni legales; llegó pagando renta, pero ya no la paga desde hace meses y no pueden sacarlo; tiene mascotas, pero no se responsabiliza de ellas ni cuando hacen “sus gracias”… en fin, es una larga lista de categorías.
Por educación nuestra conducta tendría que ser distinta, y por ley la sociedad también.
¿A quién responsabilizamos entonces si las sociedades la hacen los ciudadanos?
El autor es Maestro en Educación y profesionista independiente.
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