Nuestros niños, nuestra tarea

El autor es publicitario, miembro de ASPAC 

Los oigo discutir sobre derechos y turnos. Parecería que se inician en el respeto al derecho de los otros. La noche ya llegó, desde hace rato espera, a su vez, su turno de galope por las llanuras sabanianas.

Los niños se preparan ya (aregañadientes) a dormir, aduciendo capítulos incompletos. El empuje de la abuela es evidente para conducir a tropel de entusiasmos a la cama.

Aquello del training sobre el derecho de los otros empieza a parecer que se esfuma. Más bien aparenta ser una contienda egótica de mutuos diretes sobre el ‘me-to- ca-a-mí’.

La contienda verbal sube de tono y aparecen de pronto los primeros empellones y manazos, y así mismo los primeros regaños. El adulto reconviene a uno de los pequeños por el ataque inesperado. El pequeño indiciado responde con intempestiva inercia “mala, no te quiero!”.

Y entonces me parece entender aquellas frases recogidas como en otoño tiradas por aquí y por allá:  “darle todo a los niños es mal educarlos”, “el niño, como rama tierna, requiere para su mejor formación de la firmeza de sus tutores”. ¡Tonta!, espeta el menor.

No me  hables así, exige la abuela. ¡Tonta!, reitera el niño. Bien, pierdes tu permiso a láipad, sentencia ella. Dame ese aparato, impone la abuela. No, responde el pequeño. Bien, entonces

queda castigado el áipad todo el día.

Los ojos de la víctima primera, la víctima primera de este juicio impromtu, han ido siguiendo el altisonante diálogo con el mero movimiento de sus ojos, guardando toda esa escena en su corazón.

Doble aprendizaje, doble equívoco. ¿Quién ha dicho que un niño tiene el criterio para decidir situaciones mayores? ¿Quién no sabe que la adrenalina y el coraje obnubilan la visión? Dejar que un menor decida sobre su formación, ¡qué aberración!, pienso.  Pienso y lo digo, interviniendo alfin en el drama.

La matrona resopla, se aboca al pequeño asido al aparato, lo retira de sus manos no sin cierto forcejeo, los inocentes insultos persisten, las caras todas mudan en gestos entre indignación y enojo.

Es una mala interpretación del concepto de libertad, lo que abarrota la trama. Cuando se juega lo importante, la educación se ha de imponer y no dejar a la elección del menor.

Así como el sapo impone el respeto excretando su veneno al ser atacado, así deberá imponerse; así como el gato impone el respeto arañando al perro que le ataca, así  deberá imponerse; así como al niño se le deja a su elección el cruzar o no la calle ante el flujo de autos que circulan amenazantes.

Nos hemos perdido. Buscando cuidar el “cariño” de los niños, no nos atrevemos a imponerles un no, para que no nos repudien en represalia. Doble equívoco. Les hemos hecho débiles, sin tolerancia alno. Qué tan lejos llegarán en  esta vida sin la sana tolerancia a la frustración?

La gente dice que deberíamos dejar un planeta mejor para nuestros hijos. La verdad es que deberíamos dejar unos hijos mejores para nuestro planeta. Y eso es una tarea pendiente de nosotros, los que educamos.

El autor es publicitario, miembro de ASPAC

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