No vivas ‘muerto’
El autor es L.R.I., profesionista independiente, analista político, consultor en MKT y especialista en asunto migratorios.
La pandemia del Covid-19 vino a dar a la humanidad una fuerte sacudida que ha removido y replanteado muchas cosas a la de por sí ya vertiginosa vida que se tenía. Si después de pasar la brega contra ella, no salimos como humanidad más “humanizados”, por así decirlo, sería un fracaso o un retroceso más allá de lo alcanzado por la sapiencia científica y tecnológica.
Es natural que los problemas de la vida nos provoquen desaliento, mengüen nuestras fuerzas y deseos de seguir viviendo o de salir adelante. Y más cuando parece que todos se ponen de acuerdo y se nos echan encima (sin sacar turno) o cuando ya traemos un desgaste acumulado.
Sentimos a cuestas una loza más pesada que la del mismo Pípila, aunado a los distractores de la vida (placeres, materialismo, estrés, etc.) hacen que nos confundamos o desviemos de lo que es verdaderamente importante o que de plano nos rindamos.
Cuando uno termina rindiéndose es cuando uno termina “viviendo” muerto, es cuando uno se deja llevar por los torrentes de la vida y hasta donde el impulso alcance. Es cuando hay que sacar fuerzas de las flaquezas y de las experiencias vividas y retomar ese entusiasmo y sentido por la vida.
Hay que fijarnos un sueño, un ideal que anhelemos y que sea éste el que nos mueva, el que nos impulse a emprender acciones para conseguirlo.
Que la vida no nos pase de noche, debemos de ir creciendo a través de ésta; hacerse viejo (físicamente) no requiere talento o habilidad alguna; es biológicamente algo natural. Pero hacerlo por dejar de jugar, reír y soñar ya es otra cosa; es un suicidio mental.
No hay que dejar que la vida se nos vaya como el agua entre las manos. No hay que dejar de “reinventarse”. Término muy usual hoy en día, que tanto lo escuchamos que ya nos pasa desapercibido o no sabemos concretarlo y llevarlo a cabo por no encontrar una idea clara de su significado.
Reflexionando en ello, yo lo disgregaría en tres etapas o momentos por tratar de explicarlo de alguna manera:
1. Hay que aprender a desaprender: es decir, para poder crecer en ocasiones tenemos que romper con prejuicios o estructuras y moldes mentales o conductuales que nos han sido impuestas o “enseñadas”; hay que buscar hacer y pensar las cosas de manera distinta a las aprendidas susceptibles de mejorarse.
2. Hay que saber aprender a no aprender: es decir, a no apegarse o aferrarse a que ahora lo que pienso o como hago las cosas son ley.
3. Hay que aprender a aprender: es decir, hay que cuidar no caer ahora en el extremo de las anteriores y encontrar el punto justo de equilibrio e ir aprendiendo a vivir nuestra vida como uno se la vaya fijando y no como se la vayan imponiendo a uno. La directriz es simple: auxíliate de los principios y valores universales del ser humano y acepta consejos o al menos escúchalos.
No claudiques y persigue tus sueños, mientras más alto vueles, más lejos llegarás y verás; no apuntes ni mires al suelo sino al cielo. Muchas veces lo urgente no es lo más importante, no vaya a ser que se te vaya la vida en buscar una “mejor”; sino prioriza y organízate para que aprendas y disfrutes la vida que ahorita tienes, degústala.
Dale vida a tus momentos, a tus años y no más años a tu vida que se te irá de las manos y luego te arrepentirás.
Nunca es demasiado tarde para intentar aquello que probablemente pueda ser si lo intentas.