Mujeres migrantes
La autora es coordinadora del Seminario Nin~ez Migrante en El Colegio de Sonora.
Aún recuerdo ese dolor profundo que se siente en el estómago cuando tuve que dejar a mis hijos a cargo de su papá: Julián, de 7 años, y Sofía, de 7 meses de nacida, todavía alimentándose con leche materna. Nuestra familia vivió las consecuencias del atentado terrorista a las Torres Gemelas en septiembre 11 de 2001. Después de esa fecha la política de seguridad migratoria se recrudeció. El verano de 2003 regresamos a Hermosillo a renovar nuestras visas de trabajo. Con ropa necesaria y accesorios mínimos para una bebé, pensábamos quedarnos sólo 15 días, visitar amigos y a la familia.
La sorpresa fue que no nos renovaron los permisos de trabajo dijeron que tenían que pasar por el escrutinio del Departamento de Seguridad estadounidense y que podrían tardar meses. Los 15 días se volvieron meses. Julián entró a tercer año de primaria en la escuela Diego Rivera. Nos fuimos a vivir con una de nuestras amistades. El papá de mis hijos y yo iniciamos la búsqueda de trabajo. No fue fácil, toque puertas varias veces en la Unison, CIAD y El Colegio de Sonora. En eso estábamos cuando a finales de agosto recibí llamada del Consulado Americano de que había llegado sólo mi permiso de trabajo.
“Tienes que irte, no tenemos trabajo”, esa fue la recomendación del papá de mis hijos. Al otro día volví a El Colegio de Sonora como último recurso. Un buen colega me dijo: “te conviene irte agarrarás más currículum y un año escolar se va pronto, si sale alguna convocatoria te la enviamos para que participes”. Me fui un jueves por la noche en camión hasta Tucson, y de ahí a San Diego. Tomé medicamento para cortar la leche materna y lloré todo el camino.
Mis hijos con su papá. Venía a verlos cada mes o mes y medio y el domingo desde temprano empezaba a sentir un dolor estomacal pues ese día me iría de nuevo. Regresé el verano de 2004. Tomó tiempo a que se me quitara esa sensación de dolor cada domingo, quizás es por eso, por lo que dicen, que el cuerpo tiene memoria. Mi hija tiene actualmente casi 17 años y siento que falta todavía mucho para recuperar ese tiempo que me ausenté.
Soy afortunada. Miles y miles de madres viven en Estados Unidos sin sus hijos. Los cuales son criados en sus lugares de origen por generaciones cansadas de abuelos o parientes. No ven crecer a los hijos, no los ven soñar. Las madres migrantes intentan ejercer su maternidad a distancia con llamadas, con videos, sin embargo, no es igual. ¿Qué me motivó a trabajar en el tema migratorio? Me preguntaron en una entrevista, mi propia historia, respondí. Feliz Navidad a todas las madres migrantes.
La autora es coordinadora del Seminario Nin~ez Migrante en El Colegio de Sonora
gvaldez@colson.edu.mx