Los que creemos
El autor es consultor de mercadotecnia y publicidad desde 1985.
Los que creemos, a veces sentimos cierta desesperación ante las noticias que nos inundan, tan malas siempre. Pareciera que los medios encuentran en el mal un buen negocio, sólo malas noticias recibimos. Los que creemos, ante tanta mala noticia, volteamos arriba como reclamando ¿por qué te tardas tanto? Eso me pasa a mí, y cuando me percato reacciono con consciencia repitiéndome lo que dijo Pedro: “para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. Y entiendo mejor que el Señor no es tardo en su promesa, como podemos pensar, sino paciente. No queriendo que ninguno se pierda, nos da tiempo para arreglar nuestra vida ahora que aún podemos.
He llegado a imaginar que Él hiciera conforme a mi urgencia enviando su justicia ahora. Por un lado, qué gozo que el mal acabe, qué gozo presenciar su venida, ser testigo visual. Pero por otro, qué miedo, pues de ninguna manera me siento preparado para una vida eterna donde todo es perfecto y no hay mal ni pecado. Un ser imperfecto, con una disciplina tan flaca, con un tesón tan flácido, con voluntad tan dubitante... ¡Seguro que no cabría en una vida perfecta! Luego, qué bueno que Dios nos da la oportunidad de mejorarnos venciendo nuestras interiores limitaciones.
¿Pero cómo estar preparado para algo tan grande y definitivo? Para empezar, creer. Creer primero. Creer en serio. Creer de verdad. Y este primer paso ayudará a que seamos luz y consuelo para los que sufren. Quien cree no tiene dudas, sabe que lo mejor siempre está por llegar, que en el plan de Dios todo mejora siempre. Muestra de esto es la misma vida del hombre: desde su nacimiento la persona siempre está mejorando, aprendiendo más, adquiriendo mayores habilidades, mayor conciencia. La Creación toda tiene igual esencia, siempre tiende a mejorar. Por eso la vida que sigue a ésta es exponencialmente mejor. Pensar en eso es apasionante.
Con esos ojos de creer todo cambia de color. Seguiría ponernos en modo niño y dejarnos sorprender admirándolo todo, de lo mayúsculo a lo minúsculo. Este sería un buen indicador de que vamos por buen camino. Ser capaces de asombrarnos y admirar con la sorpresa que manifiesta un niño ante algo nuevo. A un niño todo le queda grande y le sobrepasa, en todas las sillas le cuelgan los pies. Pero él es feliz así y no pretende controlarlo todo. Él confía en que alguien mayor ayudará a resolver las cosas, confía en papá y mamá. Los grandes podemos propiciar en nuestra mente ese ser pequeño, de manos pequeñas, de no querer controlarlo todo… Así es como podemos ser niños de nuevo, poniendo nuestra confianza en Dios.
Finalmente un trino. Revestidos de la luz que da a nuestros ojos el creer profundo y alegres nuestros corazones con el ánimo de un niño, el acorde final. Mantener nuestro esfuerzo consciente para resistir los tres mayores obstáculos: los anhelos desordenados de los sentidos, la atracción por las apariencias y el deseo de poder sobre los otros.
Dirás que no es fácil y no te falta razón. Difícil parece tratar de combatir el desorden de nuestra sensualidad, de nuestra comodidad, nuestra falta de esmero, nuestra búsqueda de lo más fácil y placentero. Hoy no parece fácil valorar lo que no se puede tocar. Los ojos que se nos quedan pegados a lo terreno y no alcanzan a descubrir realidades sobrenaturales. Y la peor lucha, siempre contra nosotros mismos, la lucha contra la soberbia, el peor de todos los males, el egoísmo.
No parece fácil, no, pero nuestra inteligencia encontrará en el primer punto su fuerza y fundamento, creer. Creer que un mejor yo es posible y, en la sumatoria final de todos los hombres, creer que un mundo mejor es posible.
León Mayoral
Por un México más bueno, más rico, más justo y más culto.
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