La mamá de mi mamá
El autor es publicitario miembro de ASPAC.
Qué clara parece ser la frase “la mamá de mi mamá”.
Con sólo leerla le viene a uno alguna imagen pegada a algún recuerdo: una señora tierna, de semblante apacible, andar lentecito, mechones blanquizcos y sonrisa instantánea.
Aparecen esas escenas de tarde larga como las sombras de los árboles; y resuenan los ecos de aquellas recomendaciones tan morales, tan rectas, tan sencillas que se acomodaban de inmediato en lo natural.
Unos ojos cerrados y un suspiro enmarcan la memoria. Sonidos y estampas se mezclan en la distancia.
De pronto “Buenos días, mijito / Buenos días, mamá”.
Y el trajín comienza de nuevo, como hace más de mil días.
La fruta picada, pero picada fina.
El yogur a medio destapar para que la artritis no valga.
La lavada de los trastes, la trapeada de la casa.
La fregada del baño.
El montaje del pasamanos.
Y “¿tienes ropa que lavar?”.
Y “cuidado no lo hagas tú sola”.
Y “pídemelo a mí”...
Y las voces que se escuchan.
Y la gente que se asoma por la ventana de atrás.
¿Y esos niños quiénes son?
¿Y esos gatitos? o ¿perros?
Y la serpiente del grifo.
Y los que se juntan a escondidas para tramar despojarme.
Y los que duermen a escondidas sin saludos ni permisos.
Y la policía que acude ante la acusación infundada.
Y de nuevo aquellas voces y la gente en la ventana.
Y los niños de nuevo escondidos tras las maletas.
Y las manchas que caminan y los hoyos que tienen patas.
Y los hermanos en galería, con muéganos y palomitas.
Y el fuego cruzado, implacable y preciso fuego amigo.
Y los dimes y diretes y los tirios y troyanos.
Los mensajes de los chats.
Los grupos, y los otros grupos.
Las selfies más reaccionadas, a más likes, más valederas.
Y la fraternidad de alas rotas y la familia y la brizna.
Han podido más las palabras que las obras más intensas.
Como el pez, las relaciones por su boca mueren.
O matan, palabras truenan sin fundo, pero con tino.
Títulos, etiquetas, motes, nombramientos del más alto snob que hienden como una espada.
La fortificación del padre, que parecía tan sólida, ¿podrá acaso reedificarse de nuevo? (Alguien ha mencionado el horizonte).
Y aquí estamos, en el asomo del ciclo, y sin haberlo percibido -porque era lo correcto y era lo necesario- convertidos de lleno, sin atisbo a lo que viene, en el que cuida la casa, la limpia y la prepara para esa niña en segundas en que ha devenido la anciana, la vieja, la madre, la mamá de los ayeres.
Qué vida tan sorprendente que nos hace aprender cosas inesperadas cuando creíamos saberlo ya todo.
Si uno sabe desprenderse de los lastres, la barca boga siempre al presente y el saber se nos presenta fresco y vigente como un nutritivo maná.
Me doy cuenta de que hoy me toca ser la mamá de mi mamá.
Por un México bueno, culto, rico y justo.
El autor es publicitario miembro de ASPAC.
direccion@leonmayoral.com