Estamos viejos, pero no nos queremos morir
La autora es coordinadora del Seminario Niñez Migrante de El Colegio de Sonora.
Almacenar comida es una cultura que ya tenemos y cuando se nos ofrece algo como medicinas o mandado, Rafa, mi hijo, sale con todas las precauciones: se pone mascarilla, sale por el patio, cuando llega se quita los zapatos y entra también por el patio y se lava las manos.
¡Estamos viejos, pero no nos queremos morir!
Fue la respuesta de Luisa, abuela de dos niños migrantes retornados que asisten a las asesorías escolares en El Colegio de Sonora.
Hace unos días le marqué para preguntar cómo estaban en casa y cómo se sentían los niños en confinamiento.
Ella y su esposo de 78 y 80 años, respectivamente, tienen a su cargo la crianza y educación de sus hermosos nietos de 10 y 13 años, ambos nacidos en Phoenix, Arizona.
Ante la pregunta de cómo estaban los niños dijo:
Todo el día andamos detrás de ellos ya acuéstense les decimos, pero a mí me agarra el sueño primero que a ellos; no sé qué día se durmieron a las 2 de la mañana -de repente el jovencito de 13 grita:
“no es cierto anoche me dormí a las 11”-.
Riendo un poco Luisa dijo:
A ver, doctora, se los voy a pasar para que les diga algo.
Recordé lo que he leído sobre las familias migrantes separadas y el rol trascendental de los abuelos en la crianza de los hijos cuando éstos se quedan en sus lugares de origen mientras papá, mamá o ambos migran a Estados Unidos.
Desde el “otro lado”, papá y mamá intentan seguir reproduciendo su paternidad o maternidad con sus hijos a través de estrategias como llamadas telefónicas, face live, whattsapp, etc; como pueden los regañan, les preguntan por qué no hicieron o porque hicieron tal cosa, los felicitan en sus cumpleaños, por las buenas calificaciones, graduaciones etc, etc., y antes de colgar terminan con el comentario/advertencia/súplica:
“y ya sabes ¿eh? hazle caso a tus abuelos, por favor”.
Las familias que están divididas por fronteras batallan con problemas similares a las que no lo están, sin embargo, el contexto actual del Covid-19 agrega mayor intensidad al componente emocional en los aspectos diarios de sus vidas.
Los abuelos enfrentan todo esto además de ser el grupo más vulnerable en la pandemia.
Las abuelas han estado ausentes en los estudios migratorios y cuando éstas son representadas las ubican a “un lado del fogón o de la cuna de sus retoños, celosas guardianas de un capital humano y social: sus nietos. Las describimos a la espera de que los nietos crezcan y que sus padres regresen y asuman sus responsabilidades para con ellos o que manden a buscarlos para establecerse al otro lado”.
Lo anterior refleja una postura ideológica paternalista que homogeneiza a las abuelas como dependientes, como vulnerables además de improductivas aun cuando podamos encontrar situaciones muy diferentes como el caso de la señora Luisa quien se encarga de la educación y crianza de sus nietos.
La contingencia actual visibiliza sistemas de salud con infraestructura caduca, en algunos países, e insuficiente en otros, visibiliza grupos altamente vulnerables como los de la tercera edad.
Paradójicamente los más vulnerables como los abuelos, pueden colaborar para revertir la sensación de aislamiento e individualización que provoca el virus.
Ellos pueden desafiar la preocupación individual de la supervivencia.
Pueden contribuir a paliar lo que hace mucho no se sentía: un gran vacío, un no-sentido que el confinamiento produce:
¿Cómo?
A través de su historia oral, de su conocimiento, de atesorar la herencia histórica para conectar el pasado con el presente y valorar el origen.
La autora es coordinadora del Seminario Niñez Migrante de El Colegio de Sonora.
gvaldez@colson.edu.mx