Eros, más allá del amor
El autor es Publicitario miembro de Aspac.
Según dice Ignacio de Llorens en el prólogo a los “Diálogos de Platón”, la inmortalidad se manifiesta en el deseo de tener hijos, de reproducirnos a nosotros mismos, a la especie, en nuestros vástagos, sean estos productos de la mente o del cuerpo, “la perpetuación de la vida por medio de un acto creador al que asiste la belleza como una diosa del nacer, para dar descanso a los afanes.
La procreación es el atributo divino del animal que muere. Eros es, en última instancia, el deseo de inmortalidad”. Por mediación del amor puede enseñar el maestro a su discípulo, y en caso de que Eros no esté presente, la Pedagogía no puede darse. El amor viene, pues, a condensar la aspiración humana hacia el bien.
En este libro de profundidades filosóficas que Platón nos obsequia, podemos identificar con claridad la figura de Sócrates cuyo único afán es contribuir a la edificación de un buen ser humano en cada uno de los que con él se cruzan. Y lo hace sin pretender cuidar la simpatía de su persona ante sus criticados.
Sócrates cuestiona fuertemente a sus coetáneos al decir: “Buen hombre, ¿cómo siendo ateniense y ciudadano de la más grande ciudad del mundo por su sabiduría y por su valor, cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría y de no trabajar para hacer tu alma tan
buena como pueda serlo?”.
Insiste Sócrates, ante las acusaciones que le hacen los atenienses, en que busca sólo la riqueza de la virtud, alcanzarla, propiciarla y compartirla. Se lee en la apología:
“Toda mi ocupación es trabajar para persuadirlos, jóvenes y viejos, que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, antes que cualquier otro cuidado, es el del alma y de su perfeccionamiento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino, por el contrario, que las riquezas vienen de la virtud y que es de aquí de donde nacen todos
los demás bienes públicos y particulares”.
Esta es una idea sencilla pero contundente y me alegra haberla encontrado incluso en la filosofía cotidiana de hoy, como la he escuchado de mi entrañable hermano Martín Escalante cuando afirma que “el capital no genera talento, pero el talento sí genera capital”.
A Sócrates lo movía Eros, sólo así es posible entender sus palabras a Callicles sugiriendo: “Sufre que se te desprecie como un insensato, que se te insulte, si se quiere, y déjate con grandeza
de alma maltratar. Ningún mal te resultará, si eres realmente hombre de bien y te consagras a la práctica de la virtud.
Después de que la hayamos cultivado en común, entonces, si nos parece conveniente, tomaremos parte en los negocios públicos; y cualquiera que sea aquél sobre el que tengamos que deliberar, deliberaremos con más acierto que podríamos hacerlo ahora.
En Sócrates habitaba el amor, más allá de como lo conocemos.
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