En carne propia
Especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública.
Yo al igual que muchas personas, no estoy del todo de acuerdo con esto que hacen las mujeres en sus marchas; me refiero a dañar monumentos significativos, grafitear paredes y hacer destrozos, porque creo que existen vías pacíficas para exigir los derechos humanos.
Sin embargo, lector y lectora, a mí no me mataron a una hija, no me la arrebataron, la violaron, le quitaron la piel, el pulmón, el corazón, la dejaron enterrada en un paraje con la nariz y las costillas rotas, sin cuero cabelludo.
Tampoco he tenido que implorar justicia, no he recibido malos tratos en un Ministerio Público, no he llorado desconsolada por la indiferencia de las autoridades, no he marchado en la calle gritando “justicia”; no he andado con pico y pala buscando en la tierra sus restos.
No he tenido que encontrar su ropa, su cuerpecito, maltratado, vejado; no he tenido pesadillas, desconozco el dolor de perder a una niña, una hija y peor aún, de una manera violenta.
La verdad, me cuesta un trabajo enorme imaginarla en manos de un canalla desgarrando su cuerpo sin misericordia.
Siendo honesta, no puedo alcanzar a imaginar la rabia que pudiera sentir en contra de quien se atreviera a tocar a los míos. Pero escribiendo estas líneas y poniéndome en el lugar de las familias de las víctimas, la cosa cambia.
Si alguien le hiciera daño a una hija, hermana, madre, tía, amiga mía, no tengo idea a ciencia cierta de qué haría con mi dolor, cómo reaccionaría, a sabiendas de cómo es la justicia en este país. Por todo esto, alcanzo a entender a las mujeres que salen a exigir justicia y que rayan monumentos importantes.
Puedo entender su desesperación exacerbada ante la parsimonia de las autoridades para quienes un día más no significa mucho.
Para entenderlas, es necesario ponernos en el lugar de las víctimas.
¿Cómo carajos se puede vivir así? ¿Cómo lidiar con no saber dónde está una hija? ¿Cómo vivir cada día sin saber quién o quiénes la tienen? ¿Qué le están haciendo? ¿Por qué la mataron y de una forma tan cruel? ¿Quién o quiénes lo hicieron?
Y ¿por qué siguen libres? No, lector, lectora, yo pudiera juzgar a quienes rayaron el Hemiciclo a Juárez y aplaudir al gobierno que limpió muy pronto el monumento.
Pero de ser así, de hacerlo, me haría falta empatía. Y sin sentir empatía, difícilmente se pueden entender los derechos humanos, mucho menos defenderlos.
Al parecer, no sólo entre las autoridades, sino también entre la ciudadanía se carece de esta gran virtud: la empatía.
Ojalá nunca nos pase, ojalá que antes entendamos la rabia e impotencia con que despiertan y duermen las familias de las víctimas de tantas niñas y mujeres desaparecidas y muertas con signos de violencia extrema.
CARMEN LUCÍA MUNGUÍA
Especialista en Derechos Humanos, Democracia, Niñez y Política Pública. @munguiacl clmunguiag@gmail.com