El muchacho tiene que estudiar
El autor es Licenciado en Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.
No había concluido la primaria, pero su sentido común le decía que para sus hijos él quería una vida distinta a la humedad de las minas en la que se ganaba el pan para el sostén de los suyos.
Tenía claro que mandar estudiar al hijo era una faena, más aún para un trabajador que apenas alcanzaba para mantener a dura penas a la familia.
Pero el hombre Boleriano no cejaba en su idea y en las noches calurosas recostado en el catre, miraba la oscuridad de las playas negras e imaginaba a su hijo embarcado en el “Güero” camino a Sonora para que progresara lejano del pico y la pala.
No renegaba de la vida de minero, al contrario al amanecer con su lonchera no sólo llevaba los tacos de frijol sino también contenía las ganas de salir adelante para darle a sus hijos la educación que a él le hubiera gustado tener, pero como dicen los bolerianos eran otros tiempos.
La señora comenta a su viejo que le da miedo que el muchachito se vaya, míralo aún todavía es un niño. No hay de otra vieja: sale o se queda, aquí enverijado no va a progresar, dijo con una seguridad que no tuvo reclamo.
Al terminar su labor en la mina y al bajarse del dompe, el minero llevaba un paso firme y una sonrisa más grande que la isla de San Marcos, no era para menos, su jefe le había conseguido trabajar en las instalaciones de la fundición lo cual representaba más salario, y mayores posibilidades de mandar a estudiar al chamaco.
El verano arreciaba en el puerto, era junio, el mes de graduaciones de las escuelas.
La secundaria Manuel F. Montoya lucía hermosa para despedir a sus graduantes, que con anticipación se retrataron para el certificado en los Estudios Patrón.
El tiempo había llegado y para el mes de septiembre los recién graduados deberían estar estudiando distante del terruño, o en su caso inscribirse en el Colegio Salvatierra para estudiar comercio.
Algunos jóvenes habían decidido estudiar para maestro; otros cursar la prepa en alguna ciudad de la Península o del país.
Salir a estudiar era separarse de la familia demasiado temprano y empezar no sólo una formación académica, sino también aprendizaje en los caminos de la vida a tan corta edad.
El ahora empleado de la Compañía El Boleo no había perdido el tiempo, el trabajo en la fundición había sido mejor de lo esperado, su jefe le había dado la oportunidad de vender tacos, sodas entre otras cosas para alivianarse sin descuidar las labores asignadas.
El joven tenía listo su veliz que habían comprado en Casa Palencia y algunas mudas que habían sacado fiado en la tienda de María Luisa Núñez Brook.
En plena tarde de finales de agosto, el muelle sur de Santa Rosalía fue testigo de miles de recomendaciones para que el joven se cuidara en la ciudad de Hermosillo.
El capitán del barco el “Güero” dio la orden de salida, el grueso mecate que amarraba la nave cayó al mar soltando olas que simulaban un mar de esperanza en los ojos del padre que vio partir el sueño de su vida.
El autor es Licenciado en Comunicación y Maestro en Tecnología Educativa.
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