El Emirato independiente y el Califato de Córdoba
El autor es escritor e historiador
En 750, los abasíes derrocaron a los omeyas del Califato de Damasco y ordenan el asesinato de toda la familia omeya. Seis años más tarde, en 756, Abderramán I que logró huir de Damasco y
del fatal destino de los Omeyas, desembarcó en Al Ándalus y se proclamó emir tras conquistar Córdoba, independizándose de Bagdad (la nueva capital Abasí) en el 773.
Esta independencia es política y administrativa, pero se mantiene la unidad espiritual y moral al continuar el vínculo religioso con el Califato Abasí. Abderramán II organizó el emirato delegando poderes en manos de los visires y logró una rápida islamización de la península, reduciendo de forma considerable el número de cristianos en territorio musulmán (mozárabes).
Las disputas entre árabes y beréberes no cesaron tras la proclamación del Emirato, lo que permitió la reorganización de los reinos cristianos en el norte, dando inicio a la Reconquista, alentada por la política pro-árabe mantenida por la dinastía omeya, lo que provocó numerosas sublevaciones protagonizadas por muladíes, que llegaron a poner en peligro la existencia misma del Emirato.
A la llegada al trono de Abderramán III en 912, la decadencia política del Emirato era un hecho obvio y consumado. Para imponer su autoridad y terminar con las revueltas y conflictos que arrasaban la península Ibérica, se proclamó califa en 929 estableciendo el Califato de Córdoba declarando la independencia religiosa de Bagdad, capital del Califato Abasí.
Esta proclamación del califato contenía un propósito doble: En el interior, los Omeyas querían consolidar su posición. En el exterior, consolidar las rutas marítimas para el comercio en el Mediterráneo, garantizando las relaciones económicas con Bizancio y asegurando la sub-administración del oro. Tras la ocupación de Melilla en 927, a mediados del siglo X, los omeyas cordobeses
controlaban el triángulo formado por Argelia, Siyilmasa y el océano Atlántico. El poder del califato se extendía asimismo hacia el norte y en 950 el Sacro Imperio Romano-Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba.
En el año 939 un ejército cristiano liderado por Ramiro II de León derrotó a las huestes árabes enviadas por Abderramán III en una de sus operaciones de castigo (razias) contra el norte. El resultado de la batalla disuadió a los Omeyas de su intención de instalar poblaciones árabes en las inmediaciones del Duero y sus áreas despobladas.
La de los Omeyas es la etapa política más importante de la presencia islámica en la península, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1010 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o hayib Almanzor.
En el trasfondo se hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos en sucesivas campañas contra el norte cada vez más gravosas. Oficialmente, el Califato de Córdoba siguió existiendo hasta el año 1031, en que fue abolido dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos
como Reinos de Taifas.
(Fuente Bibliográfica: Archivos Históricos de la Universidad de la Rioja).
El autor es escritor e historiador, estudiante de la escuela de Derecho de la Universidad Unilíder.
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