De mente abierta y lengua grande
Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.
SANDWICHITOS POPIS
La Pola salió cargada de charolas, aquellas de lámina que tenían impreso el logo de una refresquera, y encima, decenas de platos de cartón; sí, de esos que se desbarataban a los minutos de tener contacto con la humedad de los frijoles.
Era la fiesta de cumpleaños más esperada del pueblo, la fiesta de la niña más popis de la primaria, en la que había gelatina mosaico y bolsitas con dulces buenos (de los que vienen envueltos en papel y no sueltos o pegados entre sí) era la fiesta más esperada, a la que se convocaba todo habitante de la capital del mundo, aquí no funcionaba el VIP, ya que se trataba de estar en boca de todo el pueblo, así que todo el pueblo era bienvenido.
La Pola salía cargada cual equilibrista del Circo Hermanos Vázquez corriendo entre la banqueta, rodeando las mesas y esquivando a los niños que brincaban para tomar un plato; y así llegaba hasta el extremo de la fiesta para empezar a repartir en orden; es importante mencionar que dicho personaje aún es parte esencial en la repartición de la comida durante las fiestas, tiene la habilidad de servir, transportar y entregar en el tiempo necesario para que la comida alcance a la perfección y todos, bueno, casi todos, terminen satisfechos; en fin, volvamos a la comida, al plato tan esperado: sanwichitos de paté junto a una porción de pasta fría con mayonesa, jamón y vegetales y para humectar el respectivo plato de cartón, una buena cucharada de frijoles puercos; eso sí, nadie se libraba de los platos de cartón, ni la más popis, quizá porque siempre dejaban ese detalle al final y eran los únicos que vendían en la Conachuma (Conasupo de Chuma, pero esa es otra historia).
Los sandwichitos de paté rompían por completo la tradición gastronómica de toda celebración, la tortilla era sustituida por pan, la barbacoa por paté, y el repollo con salsa por sopa fría, una cuestión muy europea, que obviamente no venía de Inglaterra ni París, seguramente algún pariente en Hermosillo la había preparado después de leer la receta en Hola o Vanidades y lo recomendó a la mamá de la festejada para sobresalir, sin imaginar la sorpresa que se llevaría.
Las ideas inglesas dejaron mucho qué desear y la comida se quedó casi completa (excepto los frijoles) muchos la dejaron en la mesa o banqueta del lugar, y quienes tenían tantita prudencia, la fueron dejando en el camino, cual Hansel y Gretel, cumpliéndose así la escritura: estar en la boca de todo el pueblo.
Creo haber sido uno de los pocos que se comieron el plato completo y además tomé el sándwich de mi amigo de enseguida.
Hacer el bendito paté no era nada fácil, La Josefina, abuela de La Popis había atizado un día antes para cocer carne, papas y zanahorias, enfriar todo y hacerlo puré en el famoso molino rojo que igual molía nixtamal, chile y café; el paté tenía una gran diferencia, debía procesarse varias veces hasta quedar tan fino como una papilla.
La moraleja de esta historia es sencilla: lo básico siempre será exitoso.