Atún mágico
El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional
(De mente abierta y lengua grande)
Contraesquina del salón para actos cívicos, el casino del pueblo pues, estaba una casa de paredes amarillas, que, desde hace años había sido transformada en la biblioteca pública municipal. La buena del negocio era “La María de Pedro”, una joven siempre sonriente que llenaba cada ficha de préstamo con letra de molde simétricamente acomodada en los recuadros. Las paredes estaban cubiertas de estantes que llenaban de colores azules las largas paredes de extremo a extremo, al centro, mesas y sillas dispuestas a recibir a alumnos y a uno que otro lector asiduo.
Al fondo del “gran salón” donde la luz apenas alcanzaba a bañar el rincón, había un cuarto misterioso, con una puerta de lámina cerrada bajo llave. La única que tenía acceso era María, pero nadie la había visto entrar o salir del cuarto, menos aún sacar o meter cosa alguna. Cada vez que le preguntábamos sobre el cuartito contestaba con voz temblorosa: “Ay, Juan Ángel ya te he dicho, es para guardar cosas”, pero ¿qué cosas?
Cada vez que iba por un libro me acompañaba la curiosidad y también la esperanza de poder ver qué había ahí. Después de meses de platicar con María y ayudarle a acomodar libros, sacó la llave de su cajón y me dijo: “Entra al cuarto por una caja vacía para echar estos libros que mandaremos a la primaria”, corrí antes de que se arrepintiera, deseando que la llave se alargara y pudiera entrar a la cerradura desde la distancia; introduje la llave y cuando la puerta dio su último rechinido pude apreciar aroma a humedad en una oscuridad que dejaba entrever un escueto rayo de luz, al parecer de una ventana cubierta de cosas.
Rápidamente encendí el foco y parpadeando logró estabilizarse e iluminar con tonos amarillentos un lugar cubierto de polvo, estantes repletos de libros desparramados y al centro una serie de libros con lomos azules, bien acomodados, que tenían un imán, de manera hipnótica me atrajo hacia ellos, tomé uno y salí rápidamente con él dentro de la caja. Al salir lo puse en medio de los libros que ya estaban dispuestos para ser prestados, los tomé y salí corriendo a casa.
En mi imaginación existía la idea de que ese libro revelaría una pista de lo que guardaba el cuarto. Al entrar a casa, cerré la puerta, abrí el libro sin encender la luz de la sala y en una página al azar leí “Spaguetti con atún”, ¡era un libro de recetas! Estaba ilustrado con dibujos formados con trazos negros, sin colorear, tenía dos recetas por página excepto la pasta, ella tenía asignada una página completa. Busqué inmediatamente en la alacena y vi que había todo: 1 paquete de espagueti, 1 lata de atún, 1 lata de media crema, mantequilla, cebolla y consomé en polvo. Puse manos a la obra: guisé cebolla en mantequilla, agregué atún y crema, herví, incorporé pasta cocida y sazoné con consomé. Fue la primera pasta preparada sin puré de tomate que comía en mi vida, la primera receta que cociné siguiendo las instrucciones de un libro. Fue mi receta favorita por años, la presumía a todas las visitas, era el platillo especial para comidas importantes: spaguetti con atún a la crema.
Una vez que regresé a la biblioteca, puse el libro junto a los de biología, hasta que un día, María lo descubrió y me pidió meterlo al cuartito. Después de varias negociaciones, el cuartito fue abierto al público, lo limpiamos y pusimos dos mesas pequeñas al centro, había libros de adivinanzas, juegos, magia y cocina, libros de “poca importancia” por no tener relación con las tareas o clases que recibíamos en la escuela. En ese cuartito descubrí no sólo los libros de cocina, descubrí la magia que guarda cada lata de atún respecto a las muchas posibilidades culinarias que tiene este producto, sobre todo en situaciones de emergencia como la que estamos viviendo.
El autor es Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.
@chefjuanangel