Arivechi sin él…
La autora es coordinadora del Seminario Niñez Migrante en El Colegio de Sonora.
La primera vez que fui a ese bello lugar me perdí.
Agarré para el rumbo de Ures, era un 31 de diciembre de 2012.
Me dio pena contar mi tropiezo y la carrilla posterior fue que en Ures fui a comer jamoncillos para aguantar el viaje.
Iba sola y, por el tiempo que perdí, se me hizo noche, no pude apreciar bien el paisaje.
Ya en Sahuaripa de plano le marqué por teléfono: “Efrén, ven por mí, estoy en Sahuaripa”.
Se puso muy contento y le dijo a Payel, su sobrino: “Gloria llegó, vamos por ella”.
Y llegó vistiendo, como él sólo sabía, sus botas vaqueras y sombrero que resaltaba uno de los rostros masculinos más bonitos que he visto y no porque eran del estilo Brad Pitt sino todo lo contrario, era un rostro armónico. Sus pequeños ojos verdes reflejaban luz, amor, picardía enmarcados por hermosas cejas pobladas.
Su boca demasiado grande, quizás por ello el bigote y la barba para disimularla un poco, esbozaba una franca sonrisa, su cara redonda heredada de su madre, armonizaba con su nariz grande: “Es de los Giles”, decía.
No tenía mucho cabello.
Nunca supe si por eso le gustaban tanto las gorras, tenía una colección que su querido hermano Juan Erasmo nutría frecuentemente.
A donde fuésemos buscaba una gorra o un sombrero: Chihuahua, Mazatlán, Ciudad de México, Guadalajara.
Siempre lamentó el sombrero de piel que olvidó en un cocotaxi en La Habana, Cuba, país que siempre soñó conocer.
Me enseñó mucho.
Su fidelidad a Arivechi, su terruño, era inconmensurable. Su amor a la familia inigualable sobre todo a sus hijas y nieto: Karla, Fabiola y Carlos Efrén.
Se fue un 29 de diciembre temprano, muy temprano pues sólo tenía 53 años y muchos proyectos por hacer.
Pasó sus últimos días en su pueblo con su padre de 94 años; tomó, comió cacahuates, bailó, se carcajeó y visitó Pónida, un pueblito cercano a Arivechi donde siempre que podía llevaba ropa y juguetes a familias necesitadas que le tenían harto cariño y que lo recibían con los brazos abiertos.
Ahora estará reunido con su querida madre La Chatita, su gran amor.
El río, las aguas termales, el cerro de Las Conchas, la lomita, las calles empedradas y el hermoso kiosco, réplica del kiosco ubicado en Santa María la Ribera en la Ciudad de México, el cual rastreó hasta conocer, nada será lo mismo sin él.
Yo no seré la misma sin él.
Ha muerto un buen hombre.
Ha muerto Efrén