Antipublicidad
León Mayoral Comunicación Estratégica para el Aprendizaje de Grupos y Públicos Meta. direccion@leonmayoral.com
Pretendiendo ser honestos, deberemos reconocer que los publicistas nos hemos metido a un ritmo bestial con tal de hacer consumir a la gente. Pareciera que hemos definido el consumo como la meta más alta de nuestra profesión, como si nada fuera más importante.
No parece que nos hayamos propuesto estimular al auditorio o lectores a pensar, reflexionar o bienconvivir, como vía sine qua non para edificar una mejor comunidad. No. Solamente nos hemos propuesto hacerlo comprar ¡a toda costa! Nos olvidamos –o descuidamos- que sería muy conveniente cultivar en el consumidor otras conductas. Convendría entusiasmarlo hacia la duda, hacia la pregunta, a observar y discernir, a decidir con sinceridad. O, ¿acaso no es esa actitud la que desearíamos para nuestros propios hijos?
Si en lugar de forzarlo, lográramos despertarlo a su sentido crítico, buscaría fielmente su genuino bienestar. Si bajo estas condiciones llegara a comprarnos, sería - ¡claro está! una compra verdaderamente consciente y convincente, además. Al adquirir nuestro producto bajo un estricto convencimiento, su compra sería repetitiva seguramente. Continuadamente buscaría repetir la satisfacción que le proveyó su anterior conducta. Esto es así, y es un claro comportamiento que es fácil de comprobar.
Por otra parte, humano al fin, buscaría compartir su satisfacción con su gente cercana y recomendaría nuestra opción a toda su red relacional con la que convive a diario.
Añadido a lo anterior, obtendríamos un valioso resultado extra: estaríamos contribuyendo a la edificación de hombres y mujeres, conscientes, genuinos, con libre albedrío. Ciudadanos con libertad de elección y no autómatas que obedecen sin cuestionar. Personas con limpias decisiones, y no robots que sólo obedecen y aceptan órdenes incluso denigrantes. Hombres y mujeres libres, despiertos, en búsqueda del bien mayor.
Y es con individuos así que se construye una sociedad libre. Una sociedad así resulta deseable porque es buena a nuestros ojos. Una comunidad de esa naturaleza llenaría nuestras expectativas porque es fructuosa para el ser humano. Una ciudad constituida por humanos de esta índole aporta bienestar a propios y extraños. Aporta una belleza pura y sincera, distinta a la anunciada en medios, de estética impuesta y enajenada.
Vayamos, pues, a edificar con nuestra publicidad la belleza de nuestra ciudad. Aportemos en nuestros mensajes el estímulo que cultiva la inteligencia del consumidor y no su ignorancia conformista. Contribuyamos a su mayor sabiduría.
Aportemos en nuestros anuncios la sana estética que anhelan nuestras familias. Elaboremos una iluminada argumentación nacida del respeto y no del engaño. Vivamos en nuestra delicada profesión los valores que hemos declarado como propios.
Comencemos a construir hoy el tipo de nación que habíamos soñado. Comencemos incorporando la verdad en nuestros mensajes y el entusiasmo por la excelencia en nuestras tareas cotidianas. Comencemos hoy, reconociendo la extraordinaria belleza de nuestro alrededor que espera que la descubramos. Comencemos hoy despertando a la consciencia que significa el existir, sintámonos particularmente afortunados por estar vivos.
Contribuyamos hoy mismo, con nuestros actos, a ajardinar este universo.