449 años de la llegada del santo oficio a México

El autor es Licenciado en Administración de Empresas.

En la época del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, Adriano de Utrecht era el Inquisidor General de España.

Nombró a Pedro de Córdoba como Inquisidor de las Indias Occidentales en 1520.

También tuvo poderes inquisitoriales en México después de la Conquista pero no tenía el título oficial.

Cuando Juan de Zumárraga se convirtió en el primer obispo de México, en 1535, también tuvo estos deberes.

Uno de los primeros actos de Zumárraga como inquisidor, fue la persecución de un señor Azteca quien tomó el nombre de Carlos en el bautismo.

Él probablemente era sobrino de Nezahualcóyotl.

Zumárraga acusó a este señor de volver a la adoración de los dioses antiguos y lo mandó quemar a la hoguera el 30 de noviembre de 1539.

Sin embargo, esta persecución no fue considerada prudente ni por los españoles seculares ni por las autoridades religiosas y el mismo Zumárraga fue reprendido por ello.

Por muchas razones, la persecución de los nativos por delitos religiosos no fue perseguida activamente.

En primer lugar, ya que muchas de las prácticas nativas tenían paralelismos con el cristianismo, ya que este “paganismo” no era ni el judaísmo ni el islamismo que los españoles habían combatido con tanto celo, las autoridades eclesiásticas optaron mejor por impulsar las prácticas nativas hacia el cristianismo.

También, muchos de los monjes enviados a evangelizar a los nativos se convirtieron en sus protectores contra el trato cruel a manos de las autoridades seculares.

Esto contrastaría fuertemente con el tratamiento de los herejes europeos más tarde en el periodo colonial.

Sin embargo, como cuestión práctica, probablemente no era prudente seguir dicha ejecución rígida en un entorno donde los indígenas superaban en número a los conquistadores europeos, quienes también necesitaban gobernar a través de intermediarios indígenas.

Ésta es parte de la razón por la cual la Inquisición no fue formalmente establecida en la Nueva España sino hasta el 4 de noviembre de 1571.

Pero esto no quiere decir que prácticas similares nunca fueron usadas después de la ejecución del señor Azteca Carlos.

El antagonismo con los españoles llevó a la resistencia Maya en Yucatán en 1546–1547.

El fracaso de este movimiento llevó a una evangelización más agresiva, con los franciscanos descubriendo que a pesar de sus esfuerzos, gran parte de sus prácticas y creencias tradicionales sobrevivieron.

Ellos, bajo el mandato de Fray Diego de Landa, decidieron hacer un ejemplo de aquéllos que consideraban que habían regresado a antiguas prácticas, sin tener en cuenta los trámites legales correspondientes.

Un gran número de personas fueron sometidas a la tortura y muchos de los códices Mayas y libros sagrados fueron quemados.

Los nativos se adaptaron a aquellos aspectos del cristianismo que concordaran con la visión del cosmos que ya conocían, incluyendo el concepto de la interrelación de ambas, autoridad religiosa y secular.

Varias prácticas europeas e indígenas continuaron lado a lado y varias creencias indígenas fueron rediseñadas con nombres y referencias cristianas.

El objetivo era preservar la mayor cantidad de símbolos antiguos que siempre habían dado significado al universo.

Entre más alejada estuviera la comunidad de la intervención directa de la Iglesia, más delgada era la influencia cristiana.

Las creencias y prácticas prehispánicas, por lo tanto, sobrevivieron en la nueva religión y dieron color a su expresión.

El ejemplo más famoso de esto es el del nacimiento del culto a la Virgen de Guadalupe.

El fray franciscano Bernardino de Sahagún sospechaba que era una adaptación posterior a la conquista, del culto Azteca de Tonatzin, la diosa madre.

Hubo especulación en aquella época, que el dios Quetzalcóatl había sido retratado como el Apóstol Tomás.

Sin embargo, no todas las reacciones de los nativos fueron dóciles.

Al principio, hubo una fuerte resistencia en Tlaxcala.

La sierra de Oaxaca resistió violentamente hasta finales de la década de 1550, así como el pueblo Otomí y otros más en partes del estado de Michoacán, a finales de la década de 1580.

El autor es Licenciado en Administración de Empresas.

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