Baroyeca, cuna de la civilización

Los restos de un municipio y emporio minero quedaron abandonados en medio del monte al Noreste de Cajeme.

BAROYECA, EL QUIRIEGO, SON.- Fue un emporio minero y urbano, lleno de riquezas y de gente noble, llegando a ser cabecera municipal de la provincia de Ostimuri.

Por sus calles caminaban los caballeros y las damas de otros siglos ya que fue fundado en 1701, fecha muy bien establecido en los archivos históricos y religiosos.

Los restos de casas y sobre todo de la Iglesia atestiguan la riqueza de su tiempo, y hasta en el nombre oficial que era Real de Minas de la Natividad de Nuestra Señora de Loreto.

Llegar a este lugar es toda una odisea, ya que solamente hay brechas poco transitables, pero hermosas.

Arroyos, arboledas de mezquite y otras propias de la seca serranía.

Los profundos arroyos son testigos de las fuertes avenidas de agua por la región, por eso hay que ir en época de sequía para evitar quedarse atascado en algún arenal.

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Localización

Baroyeca está ubicada al Noreste de Ciudad Obregón, y solamente se puede llegar con vehículos de doble tracción, siendo bien ubicada a través de Google Maps.

Fue un pueblo minero fundado en 1701 y su nombre significa ‘Nariz de Perico en la lengua cahíta’, localizado geográficamente en su tiempo en la Provincia de Ostimuri.

Narran historiadores que tan importante llegó a ser que en 1720 se trasladó a ese lugar la sede de la Alcaldía Mayor de Ostimuri, tocándole ser el fundador y residente a Miguel de Lucenilla como alcalde mayor de esa provincia.

A su alrededor también se fundaron otros ranchos como el de Cabora, de Juan Martín Bernal; los de Tosimuri y Vasitos, de José Campoy, el rancho de Aquihuiqui, de Nicolás Félix Romero y la hacienda de Cedros, del mismo Miguel de Lucenilla.

Todos mineros

Sus casas e iglesia eran sólidas y grandes para su tiempo, aun sobrevive la torre de la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, como una isla en medio del inhóspito monte.

Baroyeca tuvo decadencias temporales en su mineral, pero también tuvo años de bonanza y era cuando su población tomaba nuevos bríos.

En el año de 1792, el padre Joaquín Valdez comenzó a explotar la mina llamada ‘grande’, y según dicen las crónicas, el padre Valdez era tan buen administrador que había trabajo para todos, y que en esa época no había pobres en Baroyeca: que una muestra de la riqueza del pueblo eran las alhajas, joyas y piedras preciosas con que entonces se adornó la figura de la Virgen de Loreto, patrona del pueblo.

Muchos comerciantes, arrieros trabajadores llegaron a instalarse en Baroyeca.

Fue entonces cuando arribaron a este mineral muchas familias de otras poblaciones y hasta de otras provincias.

Uno de los baroyequenses distinguidos fue el general Tiburcio Otero, nacido en ese municipio en 1834; este militar fue dueño de una mina en Baroyeca; llegó a ser gobernador del Estado durante algunos meses (1879-1880).

Otros importantes revolucionarios nacidos en Baroyeca fueron el general Francisco Urbalejo y el general Carlos Plank, quienes participaron en el plan de Agua Prieta.

En 1765 el Obispo Tamarón y Romeral visitó el Real de Baroyeca y reportó 1004 almas, de las cuales 74 eran españoles.

Fray Antonio de los Reyes, futuro primer obispo de Sonora, notó que el Real se estaba quedando solo, aunque la época de mayor auge se diera en los años de 1790 a 1808.

Las ventas comenzaron a regatear su precioso contenido de plata, haciendo incosteable la explotación minera; ocurrió el lento declive y el despoblamiento paulatino del lugar.

En 1848, las joyas, el oro y la plata que adornaba a la Virgen de Loreto se perdieron en un sonado caso de robo, sin que jamás se volviera a saber nada del asunto.

Los yaquis salteadores

Pero no fue todo, porque en esa época también los rebeldes yaquis ‘daban lata’ en aquella provincia.

El 3 de julio asaltaron la hacienda de Cedros, quemaron la casa principal que era ‘singular en toda la Provincia’, saquearon la capilla, hicieron pedazos las imágenes, profanaron los cálices y mataron a varios vecinos.

Algunos hombres, ancianos, mujeres y niños pudieron escapar.

Esa noche, desde las alturas de la sierra, pudieron observar cómo ardía su pueblo en una sola llamarada.

En 1850, las comunidades se concentraron en el Real de Baroyeca y el mineral se repobló contando con 2 mil 460 habitantes.

Para 1890 se reportan sólo 1405 pobladores y para 1900, sólo quedaban 951.

Caldillo de Baroyeca

Ante la decadencia ocurrió que entonces se acuñó aquel dicho de ‘Caldillo de Baroyeca sin cebolla y sin manteca’, para referirse a algo que está muy amolado.

Pero aún tenemos más para ‘salvar’ la situación, y ya para despedirse, debido a la Guerra del Yaqui, fue en 1875, cuando nuevamente menudearon sus percances, una anécdota refiere que:

“Un día los yaquis tenían sitiado el pueblo de Baroyeca, esperando que amaneciera para asaltarlo. La gente del lugar se había refugiado en la iglesia cuyo techo construido con troncos de amapa, carrizo, paja y tierra, los yaquis querían incendiar. Aunque el general Otero había organizado a los vecinos para la defensa, sucedió que en ese momento, muy oportuno por cierto, se presentó el fenómeno celeste más conocido como aurora boreal, entre nubes luminosas que se agitaban rápidamente en el firmamento, semejando un incendio desde las alturas. Los yaquis al ver esto gritaron aterrados, pues interpretaron el fenómeno como una señal divina desaprobando su intento por quemar la iglesia, y por ello se salvaron providencialmente los atemorizados vecinos. Con la entrada del siglo XX, los baroyequenses, se mudaron casi todos al Valle del Yaqui, principalmente al pueblo de Cócorit y a Batacosa. Los pobladores que aún permanecían abandonaron Baroyeca definitivamente en el año 1916 con el último de los asaltos yaquis, quedando abandonada y despoblada. Los restos de casas y de la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto fueron destruidos por buscadores de tesoros, que tontamente han tumbado paredes y cavado en la Iglesia. Había una imagen de bulto de San Bartolo, que era muy venerada por yaquis y yoris, y cuando se la llevaron a Batacosa hubo hasta balaceras, porque los yaquis se lo querían llevar a los pueblos a Bácum”.

Relata un cronista, Rafael Adolfo Anaya, que los pobladores cercanos alguna vez explicaron que llegó un carro con herramienta y cavaron en la esquina izquierda del altar.

“Profanaron la Iglesia, desenterraron a un obispo, quien estaba ataviado con sus adornos religiosos, y le robaron el anillo obispal, un pectoral, y otras joyas; no contentos con eso, derribaron la cruz de la torre del templo y se la llevaron…”.

Actualidad

Hoy el paseante se sorprenderá al ver emerger entre mezquites esta enorme torre, único testigo en pie y que sigue siendo saqueada por gente inconsciente y ladrona.

En una visita pudimos ver ladrillos apilados, listos para ser robados, incluso por los propios pobladores locales, que saquean y profanan los restos de la Iglesia.

Hay páginas de buscadores de tesoros que incluso proyectan viajes a Baroyeca para seguirla destruyendo y saqueando sus riquezas.

Baroyeca aún subsiste en el recuerdo de los viejos mapas geográficos, en sus ruinas, en el viejo panteón donde yacen sus fundadores fundidos en el polvo de su propia historia.

EXP/SG/EV/ENE/2020