Ashly o Karen, una pequeña sin nombre que no aguantó la enfermedad, el descuido ni el maltrato de sus padres

Ashly o Karen era una nena de siete años a quien la desnutrición, la enfermedad, los golpes de su padre y la indiferencia de su madre terminaron por vencerla el pasado 17 de marzo, en el Poblado Miguel Alemán.

HERMOSILLO, SON.- Las niñas y los niños del Poblado Miguel Alemán son invisibles, tanto así, que no tienen nombre o se les menciona de una u otra manera, igual responderán. En esta ocasión detallaré el caso de Ashly o Karen, una nena de siete años a quien la desnutrición, la enfermedad, los golpes de su padre y la indiferencia de su madre terminaron por vencerla el pasado 17 de marzo.

Durante la atención de este reporte, también conocí las historias de terror de siete niños más, de dos familias diferentes, que están viviendo en carne propia la severidad, aspereza, rigor, dureza, brusquedad, agresividad y brutalidad de sus padres.

Ashly o Karen tenía la apariencia de una niña de cinco años, un vientre demasiado abultado que contrastaba con sus costillas marcadas, bazos y piernas sin carne ni grasa, además de unas mejillas anormalmente grandes.

Sobre ella pesaban los signos de la leucemia, no tenía ropa, no comía y en lugar de llevarla a recibir atención médica para curarla, la llevaron con una “bruja”, pues supuestamente sobre ella pesaba una maldición.

A pesar de su apariencia famélica, su padre de nombre Israel, no reparaba a la hora de propinarle brutales palizas a ella, a sus tres hermanitas y posteriormente a su madre, a quien a tablazos metía a su casa.

“A veces cambiaban y arreglaban a la niña y regresaba llena de tierra, lastimada, llorando y gritando que su papa era una persona mala”, contaron testigos de las golpizas.

Su padre, un posible violador

Sin mencionar nada, pero viéndose entre ellos a los ojos, las personas dejan entrever que pudiera Ashly o Karen haber sido también víctima de abuso sexual por parte de su papá, quien es señalado también como agresor de jovencitas.

Les pregunto el motivo de no haber llamado a agentes de la policía Municipal y me comentan que nunca llegan, que no ponen atención a los reportes de violencia aunque se trate de niños, que nadie les pone atención.

En el lugar hay tres pequeños, ellos son amiguitos de las hermanitas de Ashly, temen por las nenas que quedaron en casa de Israel, el señor que llega borracho los sábados y golpea a las niñas y a Enedina, su madre.

“Le pegaba con una tabla en las nalgas, ella gritaba y lloraba”, cuentan con los ojos arrasados en lágrimas.

Impotentes, dos niñas y un niño amiguitos de las niñas cuentan que incluso una de ellas fue víctima de Israel, pues ella salió a la tienda cuando el hombre alcoholizado se le acercó y dijo con aliento aguardientoso “Te voy a violar”.

“Yo corrí a la casa con mi mamá, le llamamos a la patrulla y nunca llegó, el señor le falta al respeto a las mujeres y la policía nunca llega”, indicaron.

Estamos bajo un árbol de algodón, la dueña de la casa nos sirvió un vaso de refresco de cola, los niños lloran al recordar a su amiguita y de alguna manera siento que tienen remordimiento por no haberla ayudado, pero ¿qué puede hacer un niño a quienes las autoridades ni siquiera atienden?

Una cosa más se me viene a la mente: ¿cómo es posible que ni médicos, enfermeras y trabajadores sociales no se dieran cuenta de las huellas de violencia de una niña?

 

Ashley no es la única invisible sin nombre

Cada vez se acercan más personas, mujeres ancianas comienzan a contar que en una casa ubicada en la esquina de las calles Mariano Matamoros y Ramón Corral, así como en la que está en Ramón Corral y Viñedos están en peligro al menos siete niños.

El verdugo de los niños de la primera dirección es un hombre de oficio leñero, tiene por hijos a Francisco Guadalupe, de 7 años, Michel y Valentina de 5 y 1 año respectivamente, aunque no saben a ciencia cierta como se llaman.

“Llega ese hombre y los niños lloran, él le sube el volumen a la música cada vez que ellos lloran pero se alcanza a oír al frente de la calle que le dice al más grandecito que se calle que solo los jotos lloran, luego a golpes lo callan”, contó un hombre.

Todas las historias tienen un factor en común y es la inacción de las autoridades, pues en una ocasión vieron cómo a Valentina de un añito la tomó por los tobillos y la agarró como costal de boxeo pero a cachetadas, llamaron al 911 pero nunca nadie llegó.

“La niña chillaba del horrible dolor, no sabemos si se cayó por obedecer o si perdió la conciencia”.

A este momento, mi compañero y yo estábamos fríos, escuchando las historias que para ellos son comunes, pues no hay nadie que sancione esas actitudes contra los pequeñitos.

 

Un 'picadero' lleno de niños

En la segunda dirección mencionada la situación de violencia física puede no ser tan fuerte, sin embargo, el lugar es un “picadero”, así lo cuentan quienes a diario pasan por ahí y observan a decenas de personas entre niños, jóvenes y adultos fumando crystal frente a cuatro niños que ahí residen.

De nuevo, nadie sabe los nombres de los pequeñitos solo saben que el mayor tiene entre 9 y 10 años, el que le sigue tiene 3 y otro de 1.

Las personas se lamentan la situación, cuentan que hace unos años el Poblado era otra cosa, se podía salir, se podía andar pero, de un tiempo a la fecha, la población migrante trajo además de culturas distintas, usos y costumbres perniciosos y vicios enraizados que han colaborado a la destrucción de la tranquilidad y seguridad, principalmente para los niños.