Desaire de AMLO al Senado; entre el miedo y la fobia

Desaire de AMLO al Senado; entre el miedo y la fobia, escribe Salvador García Soto en #SerpientesYEscaleras

El estilo de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador cada vez se define más imperial y autoritaria, y menos republicana. En tres años como titular del Poder Ejecutivo nunca ha visitado a las cámaras del Congreso -si acaso la de Diputados cuando tomó posesión- ni ha fomentado el diálogo con los representantes del Poder Legislativo y sólo se ha reunido con legisladores de su partido a los que siempre recibe en Palacio Nacional, nunca en las sedes legislativas y siempre para darles "línea" o instrucciones para que le aprueben sus iniciativas. A la oposición le rehúye, como si le temiera o la despreciara.

Es como si López Obrador sintiera desprecio por el trabajo de un Poder igual al suyo, como es el Legislativo y sólo viera en los diputados y senadores a meretrices políticas y levantamanos que están obligados a aprobar sus iniciativas y reformas, so pena de desatar la ira y la molestia del soberano cuando le niegan el voto aprobatorio. En su carrera política, el tabasqueño nunca quiso ser diputado ni senador y después de un intento fallido por ser gobernador de su estado natal, sólo le obsesionó la Presidencia de la República.

Es ese desprecio que siente por los congresistas, combinado ahora con el miedo a ser confrontado por senadoras del PAN, lo que llevó al Presidente a cancelar la que sería su primera asistencia al Senado de la República para estar presente en la entrega de la Medalla Belisario Domínguez a su maestra y amiga, la senadora Ifigenia Martínez. A pesar de que había confirmado su asistencia y de que las dos medallas que se entregarán este jueves -la de Ifigenia y el reconocimiento post mortem a su amigo el doctor Manuel Velasco Suárez- se decidieron a propuesta suya y tienen un simbolismo especial para él, López Obrador, en una especie de berrinche, pretextó la existencia de una "conspiración de senadoras" para negarse a acudir a una de las sedes del Congreso de la Unión.

Fue el viernes 1 de octubre cuando el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, se comunicó al Senado y le informó al líder morenista, Ricardo Monreal, que el Presidente había decidido cancelar su asistencia a la entrega de la Belisario. La razón que esgrimió el titular de Segob fue que el Presidente tenía información de que "tres senadoras del PAN están organizando una protesta para confrontarlo". Los nombres de esas tres senadoras, según le informaron al Presidente, eran Lilly Téllez, Martha Cecilia Márquez y Xóchitl Gálvez. Monreal ofreció cabildear y "planchar" con el PAN y con las senadoras un trato respetuoso al Ejecutivo, incluso habló con las tres legisladoras durante el fin de semana y le pidió a Adán Augusto que reconsiderara el Presidente porque ya había acuerdos con las panistas, pero la respuesta fue un rotundo "no" del inquilino de Palacio.

A partir de que Porfirio Muñoz Ledo interpeló a Miguel de la Madrid en su último informe de Gobierno el 1 de septiembre de 1988, no ha habido presidente mexicano de la historia reciente que no se enfrente al cuestionamiento, reclamo y a veces hasta la ironía y la burla de los legisladores del Congreso de la Unión.

Ninguno de esos presidentes se escudó nunca en una supuesta "falta de respeto" a su investidura, ni evitó acudir al Congreso por miedo a que lo increparan los legisladores. Ninguno fue nunca tan intolerante ni tan cobarde para acusar públicamente a una senadora y exponerla a los ataques y las amenazas contra su integridad y la de su familia. Dudo mucho que alguno de esos presidentes, que enfrentaron burlas, descalificaciones y críticas del Poder Legislativo se haya sentido cómodo al acudir al Congreso y si acaso algunos eran más cínicos para poner cara sonriente a los ataques y cuestionamientos; pero ninguno rehuyó, por sus fobias o sus miedos, su obligación republicana y mucho menos utilizó a una mujer como pretexto para no ver lastimado su ego ni su presidencia imperial.