La mensajera y el mensaje

El efecto que la disputa enconada de Morena estaba teniendo en la percepción ciudadana de un partido sin control e incapaz de ponerse de acuerdo en lo más elemental, aunado a la cercanía del primer año de gobierno y a la baja de 10 puntos que las últimas encuestas documentaron en la aprobación popular, fueron determinantes para que el presidente Andrés Manuel López Obrador decidiera poner fin al pleito morenista y a la actitud de necedad, confrontación y rebeldía en la que habían caído las dos dirigentes mujeres del partido oficial: Yeidckol Polevnsky y Bertha Luján.

Cuando el presidente le pidió personalmente a la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, que fuera la portadora de un mensaje claro y contundente para las dos lideresas de Morena, fue porque ni Yeidckol ni Bertha estaban atendiendo ya los llamados y las peticiones de Alejandro Esquer, el secretario particular del presidente, quien había sido designado interlocutor personal del Jefe del Ejecutivo para los asuntos del partido. Pero como a Esquer ya no le estaban haciendo caso ninguna de las dos, ni tampoco Héctor Díaz Polanco, presidente de la Comisión de Honestidad y Justicia, López Obrador decidió que fuera Sheinbaum la encargada de darles el ultimátum a los rebeldes dirigentes que no querían ceder en sus posiciones irreductibles.

Fue así que, tras reunirse con ambas dirigentes por separado este fin de semana, la Jefa de Gobierno fue muy clara en el mensaje que le pidió transmitir el presidente: o los dos grupos ponían fin a su disputa irracional, cancelando sus dos convocatorias distintas y programando sólo una reunión de Consejo Nacional, el 30 de noviembre, en el que se modifiquen los estatutos y se valide el método de las encuestas para elegir al nuevo dirigente nacional, o el presidente cumpliría su amenaza de renunciar definitivamente a Morena y les quitaría hasta el nombre del partido, tal y como él mismo se los advirtió públicamente el pasado 29 de agosto.

El nombre de la mensajera, por la cercanía que tiene con el presidente y su influencia indiscutible en Morena, sumado a la contundencia del mensaje tuvieron un efecto inmediato: después de reunirse con la doctora en el Palacio del Ayuntamiento, Polevnsky y Luján, junto con Héctor Díaz Polanco, aparecieron para anunciar el nuevo y único Consejo y la confirmación de que, tras varios meses de pleitos, encontronazos y descalificaciones mutuas, finalmente estaban de acuerdo en que la elección de la dirigencia nacional se llevara a cabo a través de encuestas, cuya cantidad, muestra y fechas para su realización se programarán en semanas venideras para llevarse a cabo el próximo año.

El presidente no recibía a Yeidckol desde febrero, incluso, el 7 de noviembre López Obrador ignoró y no saludó a Polevnsky cuando salía del evento de la Semana Nacional de la Radio y la Televisión y ella se paró en la valla por donde pasaba el mandatario, quien no se detuvo a saludarla. De hecho, en su decisión de no involucrarse en asuntos de su partido, tampoco tenía diálogo con Bertha Luján y para comunicarse con ambas utilizaba a Alejandro Esquer. Pero cuando la interlocución de su secretario particular ya no funcionó ante el nivel de encono y confrontación que tomaron las cosas en Morena, el presidente decidió mandar a Sheinbaum para poner fin al caos y el desorden.

Veremos en qué terminan la elección del dirigente de Morena después del manotazo del presidente. Pero con Sheinbaum operando la solución a la disputa por la vía de las encuestas, un método por el que ya se habían pronunciado Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard al expresar su apoyo a Mario Delgado, está claro que las cosas se van alineando y definiendo al interior del partido. Si los tres políticos mejor posicionados en la 4T y en el ánimo presidencial ya están de acuerdo y se alinean al liderazgo indiscutible del presidente, es muy probable que las cosas tomen su cauce en el problemático partido de Morena y que de las encuestas surjan nuevos liderazgos y un partido que, por fin, transite por la vía de la institucionalización y empiece a dejar de ser ese conglomerado amorfo y belicoso.

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