Las mujeres en los antecedentes del Convenio 189

Las mujeres en los antecedentes del Convenio 189, escribe Raffaella Fontanot Ochoa en #FueraDeRuta .

El servicio doméstico ha sido la fuente de ingreso de miles de mujeres en todo el mundo, desde mucho antes de ser considerado propiamente trabajo en el año 1936, que la OIT durante su conferencia internacional contempló la posibilidad de regular las condiciones de las trabajadoras remuneradas del hogar; pero no fue hasta el año 2011 que la misma Organización Internacional del Trabajo firmó el convenio 189 de “un trabajo decente para las trabajadoras y trabajadores domésticos” mismo que se ratificará y aplicará en México a partir de julio de 2021. 

La desvalorización e inferiorización del servicio doméstico hunde sus raíces en una sociedad que ha normalizado y naturalizado profundas desigualdades, construidas sobre las diferencias de clase, género y raza, triada de la modernidad colonial. 

Desde los servicios personales a los misioneros, pasando por la servidumbre en ranchos y haciendas el servicio doméstico se fue feminizando, ya que las labores domésticas y de cuidados eran asignadas a las mujeres como un hecho “natural” justificado por su capacidad reproductora y una elaborada ideología moral construida por la Iglesia y apoyada por el Estado. 

Las mujeres debían permanecer en el espacio privado de la casa, pero las más pobres tuvieron que salir a buscar el salario cuando la modernidad económica cambió la función de la familia como unidad productiva y de consumo para ser mayormente productora de fuerza de trabajo.

En el estado de Sonora muchas de estas mujeres pertenecían a grupos étnicos como los yaquis que en medio de sus rebeliones contra el despojo de sus tierras, eran capturadas y depositadas con sus hijos en casas de la élite económica y social donde eran utilizados para el servicio doméstico en un tipo de trabajo forzoso.

El trato a la servidumbre era paternalista, formaban parte de la familia porque además no tuvieron derechos hasta la Constitución de 1861. Esa “protección” podía convertirse en control, vigilancia y abuso a las domésticas que se reflejaba en el endeudamiento constante y otros como el estupro, los horarios ilimitados y los salarios más bajos en el mercado laboral.

No obstante, fueron ellas las que emigraron a las ciudades, y siguen haciéndolo incluso más allá de las fronteras de sus países de origen, para realizar el trabajo que principalmente los hombres no están dispuestos a hacer o pagar. Limpiar, planchar, lavar, cocinar, cuidar a los infantes, las personas mayores y los enfermos está fuera de una economía que sólo otorga valor a la producción de mercancías.

Lo anterior ha significado cientos de miles de horas para la acumulación de capital a un bajísimo costo sin contar los quehaceres domésticos que realizan las mujeres en forma gratuita. 

Aunque las mujeres trabajadoras del hogar, como han decidido llamarse en la actualidad, formaron los primeros sindicatos y asociaciones ya entrado el siglo XX, siempre se mostraron entusiastas y participativas con el nuevo proyecto de nación moderno desde la Constitución de 1857, que favorecía las relaciones libres e individuales entre domésticas y patrones; algunas de ellas en al menos Oaxaca y Sonora, conocían las nuevas leyes y presentaron quejas a los jueces locales para defender su salario y libertad frente a los abusos, control y vigilancia de sus patrones.

Dentro de la Población Económicamente Activa, el servicio doméstico siguió creciendo hasta 1930 en México, que se desarrolló el sector terciario y posicionó una “mejor” oferta laboral dirigida a las mujeres: el trabajo de oficina.

 

Raffaella Fontanot Ochoa

lafontanot@gmail.com