Cultura y poder en tiempos del coronavirus

Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora.

Por Óscar Mayoral

Una relación extendida en el tiempo

La relación entre el poder y el arte es tan antigua como la humanidad.

Aunque el poder muda de manos (de las élites religiosas a las monarquías, de las democracias a las cúpulas financieras) el arte le acompaña en todo momento como aliado y adversario.

Por su parte, el mundo del arte evoluciona desde la simple imitación de la naturaleza hasta la construcción de significados profundos que dan sentido a la vida de las personas y de los pueblos: la cultura.

Esta compleja relación constituye un espacio fundamental donde se desarrollan las obras humanas más importantes, se legitima el poder, se reproducen las estructuras sociales y dialoga la sociedad con el Estado.

En su obra Dialéctica de la Ilustración, el filósofo alemán Theodor Adorno afirma que el mundo de la cultura, pese a buscar permanentemente caminos alternativos a los “oficiales” para entender y enfretar la realidad, necesita asegurar del estado, no sólo “la posibilidad de conseguir su sustento, sino también toda influencia, el contacto entre obra y sociedad al que no puede renunciar si no quiere marchitarse”.

A su vez, el escritor sonorense Gerardo Cornejo, en su ensayo Políticas culturales y creación individual, dice que el Estado busca mantener el statu quo y aprovechar al máximo las ventajas de controlar los ricos frutos de la cultura mediante la subordinación de sus protagonistas (artistas, académicos, intelectuales) y el encumbramiento de los políticos.

Esta mutua necesidad de cooperación y este irreconciliable conflicto están tan integrados al paisaje político que pueden pasar desapercibidos para la mayoría.

Sin embargo, son cada día más quienes coinciden en que la divergencia entre el poder y la cultura ha contribuido a la debacle de la dignidad humana y la catástrofe ecológica que están cancelando nuestro futuro, como bien lo retrata el sociólogo polaco Sygmunt Bauman en su libro Retrotopía.

En este, señala que la humanidad anhela cada día más su entrañable pasado porque el futuro solo nos conducirá a un apresurado Apocalipsis.

Es necesario revertir esta tendencia.

El desencuentro mexicano

En México, el desencuentro entre el gremio cultural y el gobierno se agudizó a partir de la década de 1970 con la sustitución sistemática de los contenidos culturales por los técnicos en la educación pública en aras de la modernidad y el progreso.

A dos décadas de iniciado el siglo XXI, el divorcio entre la cultura y el poder es evidente y muestra un panorama poco alentador, como lo señala la historiadora Gloria Villegas en su artículo Humanidades y las Ciencias Sociales.

Lo peor es que la modernidad y el progreso nunca llegaron.

La actual pandemia mundial por coronavirus pregona el fracaso en la privatización de los sistemas de salud, pensiones y educación, mientras que el gobierno federal busca extinguir los fideicomisos para la cultura y el gobierno de Hermosillo anuncia casi con entusiasmo la cancelación de su festival cultural más importante.

El distanciamiento entre sociedad y Estado no es exclusivo del campo cultural.

En noviembre de 2019, durante el XXXI Congreso Iberoamericano de Municipios, el experto en políticas públicas Luis F. Aguilar señaló que entre la población mexicana se ha extendido una percepción generalizada de incapacidad e insuficiencia, por parte de los tres niveles de gobierno, para enfrentar los vertiginosos cambios globales y conducir eficazmente la acción colectiva de la sociedad.

Si bien lo anterior no resta legitimidad a los gobiernos elegidos democráticamente, sí deja en claro que el tradicional modelo jerárquico de decisión y gestión gubernamental no está alcanzando la efectividad requerida.

Ante esta realidad, el enfoque de la llamada nueva gobernanza resalta la necesidad de una forma de gobierno que logre construir un conocimiento colectivo y causal mediante una renovada relación entre la sociedad y el Estado (ciudadanos y gobierno), mucho más allá del discurso optimista de la participación ciudadana tan de moda hoy en día.

Esta urgente necesidad abarca todos los campos de los sectores social, público y privado, pero la cultura juega un papel fundamental.

El papel de la cultura en la nueva realidad

La Covid-19 equilibró la balanza entre los unos y los otros (pobres y ricos, ateos y creyentes, expertos y legos), mostrando una cruda realidad imposible de evadir.

Silvio Rodríguez lo dice en una metáfora: “la cosa viene y la mentira no es quien la detiene”.

Para nuestra reflexión, la pandemia vino a borrar con muerte las fronteras que la cultura borra con arte.

Desde su quehacer cotidiano, el campo de la cultura es el crisol donde se funden esfuerzos y saberes diversos que nos permiten transitar con éxito la existencia.

Por desgracia, la cultura solo tiene un papel protagónico cuando el poder está en problemas.

Dos ejemplos:

(1) Francia 2009. Recesión económica. La industria cultural aporta 7 veces más al PIB que la industria automotriz para rescatar la economía.

(2) Hermosillo 2019. Descontento social por los baches. Un baile masivo gratuito con Los Ángeles Azules restaura la imagen del gobierno.

La cultura sabe abrirse paso desde la fantasía.

El filósofo Enrique Dussel, en sus reflexiones sobre la estética latinoamericana, plantea que el genio creativo, producto de una comunidad cultural, es capaz de observar su realidad y adelantarse al futuro imaginando otros mundos posibles.

Pero es necesario que en esta simbiosis entre cultura y poder, la balanza se incline más hacia la cooperación que al control, más hacia la efectividad que a la simulación, y más a la transparencia de procedimientos, valores y causas.

De esta manera, la cultura podrá aportar eficazmente su pasión por encontrar soluciones innovadoras dentro de espacios incluyentes a través del trabajo colaborativo, aún en tiempos del coronavirus.

Músico director de Stretto. Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora