8M en Hermosillo

Miles de mujeres nos reunimos ayer para visibilizarnos, mostrar la indignación ante la violencia cada vez más cruenta que se ejerce en nuestra vida cotidiana por el solo hecho de ser mujeres.

El morado y el verde inundaban con sus mensajes por una vida libre de violencia, por el derecho a decidir, por el derecho a vivir sin miedo, ese miedo que nos ha calado y que nos ha unido a mujeres con diversas formas de estar en el mundo.

Esta diversidad nutre el movimiento, da a los feminismos múltiples tonalidades, como el atardecer que nos acompañó en este recorrido.

Tal diversidad permite confluir y ver a las mujeres de a lado, que desde distintas trincheras buscamos visibilizar y poner en la agenda pública la exigencia del derecho a una vida libre de violencia en los espacios públicos y privados.

La unidad se expresó en el sentimiento de acompañamiento, en el respaldo sonoro del cuidado colectivo y sororidad ante la violencia e inacción del estado para sancionar los delitos por razón de género, motor que reproduce la violencia en sí misma y que en Sonora se materializa en la negativa de implementar la alerta de violencia de género.

La exigencia de justicia, tan lejana y desconocida a pesar de los protocolos de prevención y atención, es indispensable ante la violencia institucional que revictimiza a las mujeres que denuncian, así como a familiares de víctimas de feminicidios que sortean la lógica burocrática como un túnel sin salida.

Reconocemos los avances legislativos pero el proceso sociocultural está aún lejos de posibilitar que las mujeres vivamos sin el riesgo latente de la violencia en sus diversas manifestaciones.

Ahí el impulso desde la comunidad y las organizaciones para cuestionar lo incuestionable, lo que normaliza de la violencia contra las mujeres.

Sí, fuimos muchas, fuimos todas a las que de una forma u otra hemos visto y sentido la violencia, la hemos escuchado en los medios que lucran con los cuerpos y los dolores de las familias, como una estrategia de mercado pero también como una estrategia para crear el terror colectivo entre nosotras, lo que contrario a lo esperado, ha logrado sumar a más mujeres a las calles.

Las recientes movilizaciones de mujeres en Hermosillo muestran que en el imaginario social se está construyendo y visibilizando un discurso por una vida libre de violencia, muestra el hartazgo e indignación ante el acoso callejero, en las aulas y las más crueles manifestaciones de feminicidios.

Mostraron también la capacidad organizativa de diversas colectivas para diseñar estrategias de autocuidado, realizar los posicionamientos y expresiones musicales que nos invitan a la reflexión compartida.

También se dejaron ver las distintas posturas ante la participación masculina en el contingente, así como las provocaciones de violencia que cuestionan y buscan desestabilizar el movimiento, tanto al interior como en el discurso público que estigmatiza la lucha en sí misma, lo que muestra la complejidad y retos de la organización.

Estas movilizaciones se suman al de muchas mujeres alrededor del mundo, y como tal, no están exentas de críticas, descréditos y sinsabores cuyo objetivo es debilitar el posicionamiento de la lucha de las mujeres.

El movimiento local está enfrentando obstáculos materiales y simbólicos para legitimar lo que en imaginario está deslegitimado en sí mismo, el derecho de las mujeres a manifestarnos, a expresar el enojo y la fuerza ante las desigualdades y la violencia.

Esto se reproduce en un discurso misógino que pone de relieve “los daños a las instituciones” mismos que ignoraré de forma libre y autónoma, ya que el objetivo aquí es visibilizar el motivo de las movilizaciones, llamar a la unidad y a la sororidad de las mujeres en Hermosillo, con el fin último de hacer efectivo nuestro derecho ciudadano a una vida libre de violencia.

Carmen Arellano Gálvez.

marellano@colson.edu.mx

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