¿Cuánta confianza merecen los expertos?

El autor cursa la Licenciatura en Economía en la Universidad de Sonora.

A más de un año de haber iniciado el mandato de confinamiento, todavía existe un debate público sobre la eficacia del mantra de “quédate en casa”. Ahora es práctica común llamar a los que osan cuestionar estas medidas de ser “anti-ciencia” o ser catalogado por el encantador término despectivo de “COVID idiota”.

Esta clase de tratamiento persiste incluso en estudios publicados como el del Doctor Thomas Wieland de la Universidad de Mannheim en Alemania, que sugiere que la narrativa del confinamiento prologando es errónea. Recordemos que hace poco la canciller alemana Angela Merkel se vio forzada a darle para atrás a su intención de extender el periodo de encierro una vez debido a una reacción en contra por parte de su población. Alemania es un país que desde el principio se tomó en serio las recomendaciones de salud, una población ordenada y con un sentido de cohesión y cooperación social, pero todos tenemos nuestros límites.

Hay razones sociológicas, económicas y culturales por las que los expertos adoptarán la posición políticamente popular, incluso cuando la evidencia científica real sea débil o inexistente.

Los expertos son parciales y tienen intereses propios, como todo el mundo. Aunque a menudo se nos anima a escucharlos por su inteligencia y experiencia, hay suficiente peso en el argumento de que debemos ser escépticos con sus pronunciamientos. Incluso la misma Organización Mundial de la Salud dijo en enero del año pasado que la transmisión del Covid-19 entre humanos no era factible.

Las creencias cumplen una función social al indicar la posición de una persona en la sociedad. Por eso, para preservar su estatus en los círculos de élite, los expertos de alto nivel educativo pueden impulsar posiciones incorrectas, ya que hacerlo puede conferirles beneficios.

Desafortunadamente, esto tiende a convertirlos en personas más inflexibles y partidistas que los demás. Negarse a sostener un punto de vista políticamente popular podría perjudicar sus carreras.

Y dado que los profesionales de clase alta están más interesados en adquirir estatus que el trabajador promedio, no deberíamos esperar que se deshagan de creencias incorrectas en nombre de la búsqueda de la verdad. La cultura de la cancelación nos ha enseñado que promover la visión del mundo de la élite es más importante que la verdad para los responsables de la toma de decisiones.

Entonces: ¿por qué deberíamos escuchar a los expertos cuando dan mayor prioridad a apaciguar a las élites que a resolver problemas nacionales? En contraste con lo que algunos querrían que creyeras, rebelarte contra los expertos no es un ataque a la ciencia. No nos engañemos.

Las personas que ocupan cargos poderosos no están interesadas en ser derrocadas de posiciones de influencia y, como tales, buscarán minimizar las opiniones que amenacen su autoridad profesional o intelectual.

Como resultado, esperar que burócratas influyentes valoren la verdad es imprudente. La verdad para un burócrata es simplemente el consenso de la intelectualidad en un momento dado.

Es de destacar también la menor capacidad de las personas inteligentes para identificar sus propios prejuicios. A partir de sus mayores niveles de desarrollo cognitivo, es más fácil para las personas inteligentes racionalizar inexactitudes. Justificar suposiciones extremas requiere mucha capacidad intelectual, por lo que esto posiblemente podría explicar por qué las personas

muy inteligentes, específicamente las personas con "mayor capacidad verbal", se inclinan a expresar opiniones más extremas.

La capacidad de formar argumentos de los expertos puede tener más que ver con su capacidad verbal y no tanto por sus conocimientos.

Nuestra cultura tiene una fe inmensa en la opinión de los expertos, aunque la evidencia indica que tal confianza debe ser revisada con escepticismo. Las “personas inteligentes”, ya sean expertos o políticos, no tienen el monopolio de la razón.

Debemos implorar a que más personas expresen el escepticismo ante los expertos. A diferencia de los burócratas ricos, que están aislados de las consecuencias económicas de sus malas ideas, los pobres suelen llevar la carga.

El autor cursa la Licenciatura en Economía en la Universidad de Sonora.