EL MOTEL CASABLANCA (fragmento de novela del autor de la columna)

El autor es profesor y escritor.

El hombre jovial del Jetta 1989 no bajó los vidrios hasta que recorrieron la cortina de plástico de la cochera. ¿Cuidabas que no te vieran con tu batita de japonesa? No, tú sabes que eso a mí no me quitaba el sueño, ni la risa. Ellos no me dejaron escapar tan fácilmente, pusieron enfrente de mí el placer de sus cuerpos mientras el otro me encajaba la cuchilla 007; tú sabías lo que pasaría y aun así no te resististe, quedaste como Jesús bañado en sangre por no rechazar tu placer de noche o de día, en aquel medio machista y discriminador. ¿Era la única forma de ponerlos en evidencia, de

destapar su cloaca social?

Fue la época del arranque neoliberal en el país, no había forma de huir porque todo se explicaba con que eran daños colaterales, todo se hacía por el bien del Estado a favor de la libre empresa, el éxito individual y el grupo en el poder, dijo por enésima vez el juez que estudiaba el caso del asesinato del profesor universitario.

Tú haz lo que te digo, si no nos bajamos aquí, amenazaron los dos casi en coro. De esta forma alegando de sus andanzas y proyectos nocturnos llegaron al motel Casablanca sin casi ser vistos.

Entonces don Lalo se bajó del picapito, rodeó la oscuridad que ocultaba el carro a la orilla de la carretera de Hermosillo a Ures. La llegada al Casablanca a Gregorio no parece sorprender. En cierta forma le parecía casi natural: no era la primera vez que ahí se hospedaba con Daniel.

De acuerdo al estilo de narrar, utilizando la primera persona del singular y describiendo pocos detalles (a diferencia de Salvador que usa la primera persona del plural y cuenta más lento), Jesús Gregorio da la impresión de que tiene premura, quiere pasar rápido, matarlo: entraron los dos a la cantina; esto va para largo, desde un principio lo supo, desde aquella llamada del sábado por teléfono, por eso no quiso ya seguir con su esposa que siempre hallaba la forma de criticarlo, de polemizar, no en vano la había apodado la licenciada: a ella nunca se le olvidaría, ni después de muerto, la vez que la contagió de piojos púbicos, pues era la prueba fehaciente de su infidelidad.

Por ejemplo, está tan vivo aquel día que su padre lo mandó por dulces a la tienda con el fin de quedarse a solas con su madre, que aún se le retuercen los ánimos contra su progenitor, la sonrisa burlona, la mano curva por una caída en la niñez, el sonadero de moneditas en los pantalones, el oaxaco llegó un día a Hermosillo: trabajó en los campos de la Costa de Hermosillo hasta el día de su muerte en la perforación de pozos de agua profundos.

¿Por qué tuvo que pasar tanto tiempo para comprender aquel momento? ¿Por qué le daba coraje si era su padre? ¿No querían que los vieran con ese tipo de compañía en un motel? ¿Quién les iba a creer?

El autor es profesor y escritor

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