De feminismo y otras cosas

El autor cursa la Licenciatura en Economía en la Universidad de Sonora

Para todo ciudadano consciente es fácil simpatizar con la causa: el salvaguardar la integridad física no solamente de las mujeres, sino de todos los ciudadanos ha sido consistentemente la falla más

grave de esta y de las pasadas administraciones. No es un tema de ideología, es un tema de derechos fundamentales y el Estado lo reprueba categóricamente.

Y en efecto, la integración de las mujeres a espacios de trabajo y académicos trajo consigo problemas gravísimos. Parece ser que, en México, hombres de todas las edades no terminan por darle el trato a la mujer que se merece; el acoso sexual, comentarios hirientes y la presión que sienten muchas mujeres para atreverse o no a denunciar debido al estigma social que, aunque hay movimientos enteros tratando de cambiar el status quo, todavía existen.

Combatir esto no solamente es válido, sino necesario. La dinámica entre los géneros, más ahora que antes, parece ganar grados de complejidad que dificultan la convivencia sana y prospera.

Nada de esto está a debate. Sin embargo, quiero que recordemos los años pasados. Aunque el movimiento ha tenido victorias como la Ley Ingrid, la situación parece no mejorar de manera sustancial. El costo en vidas sigue aumentando y los reportes de acoso sexual son ignorados al grado que ya hay hasta candidatos a gubernaturas con denuncias de violación bajo su nombre.

Al ver la pasión con la que se manifiestan estas y otras causas, no puedo evitar preguntarme: ¿y cómo luce el día siguiente? Hay miles de publicaciones compartidas en redes sociales, pero siguen desapareciendo mujeres. Estrategias de seguridad claras con perspectiva de género se hacen a un lado para favorecer acciones que, aunque bien intencionadas, son de dudosa efectividad y parecen

solamente ser parte de un circo mediático.

Esta situación no es exclusiva a la lucha de las mujeres. La ocupación de Wall Street no evitó que los grandes fondos de inversión dejaran de manipular el mercado, la desigualdad aumenta cada vez más en un país supuestamente avanzado como Estados Unidos.  Con tristeza vemos como todos los años los padres de las víctimas de la tragedia de la guardería ABC se reúnen, pero las respuestas de las autoridades son vagas y escazas.

No pretendo tener todas las respuestas, ni mucho menos, sin embargo, como ciudadano preocupado espero que esta columna haga eco con alguno de mis lectores para así empezar a reinterpretar el estado actual de las cosas. No dejarnos llevar por la indignación y el enojo, por la presión de las masas que aclaman: “¡haz algo!”.

Existe una famosa formula marxista: “los filósofos se han limitado a comprender el mundo; de lo que se trata es de cambiarlo”. Ahora, quizás deberíamos de decir: “en el siglo XX, quizás intentamos cambiar el mundo demasiado rápidamente, ahora es momento de pensar”.

Ojo, no estoy diciendo que debemos quedarnos sentados en indiferencia. Siento que para introducir diálogo genuino que lleve a soluciones, ambos lados debemos seleccionar los asuntos que toquen los fundamentos de nuestras ideas, pero al mismo tiempo, no podemos ser acusados de promover una agenda imposible. Se deben de seleccionar cuidadosamente los temas que suscitan el debate público, pero que no llamen a ser catalogados como utopistas en el mal sentido de la palabra.

Aunque en el pasado mis textos han rondado por senderas negativas, al final del día pienso que nuestra sociedad tiene dentro de ella la capacidad, quizás oculta pero innegable, de querer

mejorar. Empecemos juntos.

El autor cursa la Licenciatura en Economía en la Universidad de Sonora.