La lección de Pearl Harbor

El autor es escritor, conferencista, consultor y podcaster.

Sin duda el bombardeo japonés a Pearl Harbor ha sido la más grande falla en la Inteligencia norteamericana en toda su historia. Un error que lamentablemente tuvo lugar aunque hubo indicios y claras señales, incluso el día del ataque, antes de que éste se perpetrara. Operarios del nuevo dispositivo de Inteligencia llamado “radar” detectaron una gran flota área camino a la isla y dieron aviso inmediato de lo que habían visto, sólo para que, pese a su frustración, su comunicado fuera descartado por el alto mando por haber sido catalogado como algo “bastante fuera de lo común”.

¡Nadie hizo caso a las evidentes señales de alarma!, empezando por la errónea decisión que el alto mando naval tomó, de limitarse a apostar a la flota estadounidense en Pearl Harbor sólo como una potencial respuesta ante los intentos expansionistas de Japón hacia China y hacia otros países asiáticos catalogados como colonias de Francia y Holanda, en lugar de tomar la ofensiva

y hacer uso de su poderío naval para derrotar a un enemigo que en el papel se catalogaba como más débil.

El resultado fue que, durante el bombardeo de Pearl Harbor, la fuerza aérea japonesa destruyó por completo a casi toda la flota naval norteamericana. Sólo quedarona flote 3 portaviones en

condiciones de entrar en batalla, y lo peor de esto es que por el error cometido, se perdieron miles de vidas de marinos que tuvieron que pagar por esta gran falla, que dio como consecuencia la inmediata participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. El entonces presidente Franklin D. Roosevelt no sólo le declaró la guerra a Japón. Además de ello tomó la importante

decisión de pasar a la ofensiva en el Pacífico y atacar a la armada japonesa, pese a la precaria situación en la que se encontraba la mayor parte de su flota naval.

Esta decisión obligó a los norteamericanos a realizar cambios importantes, empezando por el relevo en el alto mando a cargo de la Marina y pasando por una intensa carrera contrarreloj para

reparar aquellos portaviones y destructores que pudieron ser salvados para rápidamente estar en condiciones de entrar en combate.

Pearl Harbor nos deja dos valiosas lecciones que, aun cuando la mayoría de las personas saben cómo terminó el conflicto, no están tan a la vista como deberían.

La primera es que tal vez no exista una muestra completamente clara de que algo sucede, pero sí numerosas señales que nos obligan a tomarlas en cuenta.

La segunda es que, pasar a la ofensiva, incluso en condiciones no ideales o que pudieran considerarse como desventaja, siempre nos permitirá cuando menos marcar la pauta de cómo enfrentaremos lo inevitable, bajo nuestros propios términos, a nuestro propio ritmo, de acuerdo con lo que consideremos que más nos conviene.

Nadie nos asegura que esto garantizará un resultado favorable, que evitará los riesgos que en cada lucha existen o que nos salvará de sufrir algunas derrotas inevitables. Pero nos dará completa libertad en la forma como elegimos pelear por lo que consideremos valioso para nuestra causa, por aquello que vale la pena luchar aun en condiciones complejas. Por eso no cedas la iniciativa a nadie estimado lector.